Prólogo

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–¿Christine, ¿ya le contaste a Raoul la historia del Ángel de la música?– Me preguntó mi padre.

Raoul y yo nos volteamos a ver y solté una tímida sonrisa después de negar con la cabeza.

–No todavía, padre.

–Está bien. ¿Te parece si se la contamos?

Asentí con mucha emoción mientras nos acercamos tímidos a mi padre que guardaba su violín en su estuchera.

–¡Cuentala tú, papá! Por favor...– miré con ojos suplicantes y esperé.

Mi padre sonrió y nos hizo acercanos y sentarnos frente de él. Comenzó –El Ángel de la Música es enviado a la tierra por algún ser querido ya fallecido, éste imparte clases de música a la persona escogida volviendolo un prodigio musical.

Mi padre me miró con ternura y continuó:

–Por eso hay prodigios de 6 años o niños muy talentosos. El Ángel puede llegar a la edad que sea.

Su cara se tornó de nostalgia.

–Pero... a veces no llega pero, a ti... mi pequeña Christine, va a llegar cuando yo muera, lo enviaré para que cuide de ti.

Mis ojos de llenaron de lágrimas por la añoranza en el rostro de mi padre.

Raoul fue mi amigo ese verano, hasta que tuvo que partir, fue algo doloroso ya que era mi mejor amigo, sin embargo la música y las historias nunca faltaron y el Ángel de la Música aparecía en casi todas.

Raoul, mi padre y yo hacíamos de todo juntos. Papá trató de enseñarle a tocar el violín, pero la música no era su talento.

–El Ángel de la Música no llegó para ti, muchacho.– decía mi padre a Raoul cada vez que intentaba.

Él era huérfano, solo contaba con su hermano mayor, Phillipe
Supe que era un vizconde hasta que se marchó y así entendí el por qué de nuestra separación.

Los señores Valerius descubrieron a mi padre meses después del verano y después de muchas discusiones nos llevaron a París con ellos.

No volví a ver a Raoul hasta el funeral de mi padre.
Murió cuando yo tenía 15 años.
Todo cayó en un terrible silencio, ya no hubo música, ni cuerdas de violín vibrando al poder de grandes piezas musicales. Las lágrimas llenaban el lugar. Si hubiese sido posible juraría que escuché mi corazón romperse.

La música desapareció junto con él y mi alma, mi talento. Todo.

Era una chica que solo cantaba por hacerlo, no volví a cantar con pasión.

Ver a Raoul no hizo más que intensificar mi dolor, el vizconde había cambiado. No era mi Raoul. Nos despedidos de la peor manera posible.

Madame Valerius, a la que consideré como mi madre después de todos sus cuidados hacia mí, igual había perdido a su marido, el profesor Valerius, dos años antes.

Así nos quedamos solas.
Una para la otra.

Entré al conservatorio para continuar con mis clases de canto.
Odiaba cantar porque me recordaba todos los grandes momentos que tuve con papá. Su terrible pérdida me dejó sin música digna que saliera de mi garganta.

Cantaba sin sentir nada y, pero aún, mi Ángel de la Música no venía. Lo esperaba, agudizaba el oído para escucharle en el terrible silencio solo para esperar la nada. Que desesperación la mía.

Al cabo de unos años entré a la Ópera de Garnier. Entré como simple corista, jamás sería una prima donna, eso lo sabía, solamente la chica del coro donde era invisible. Nadie podía verme, ni escucharme. Así estaba mejor. Había cumplido el sueño de alguien.

Me asignaron un camerino, bueno, varios, después de mis primeros meses algo pasaba en este que me tenían que desalojar a uno nuevo para reparaciones, así terminé en uno de los camerinos más alejados del lugar.

¿Qué me quedaba? ¿Una vida sin ser escuchada, cómo era el sueño de mi padre? ¿Una mujer mayor y enferma que tarde o temprano igual de dejaría? ¿Una historia que me llenó de esperanza y ahora me rompe el alma?
Mi padre mintió, el Ángel de la Música nunca vino.

O eso creí..., tal vez hubiese sido mejor para todos si no hubiera llegado.

The Angel of MusicDonde viven las historias. Descúbrelo ahora