Capítulo 8: Le vicomte

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Tomé una decisión, un mes esperé nulamente ver a Raul, jamás lo vi, solo a Philippe, siempre solo.
Tomé la decisión de entregar completamente mi alma a mi Ángel de la Música. Estaba más dedicada que nunca, le quería, y no estaba dispuesta a perderlo solo porque la memoria de Raul me atacaba.
Acudía desde muy temprano y me quedaba con él más tiempo.
Podía sentir su tono de sorpresa cada vez que le decía si podíamos quedarnos más tiempo.
Su voz se ha vuelto mi inspiración y mi recompensa, siempre que me marcho ansío en poder dormir para volver a escucharle.

–Debes estar preparada para el papel de Margarita.

Ese era el papel de la Carlotta, el cuál el me había estado preparando.

–¿Para cuando?– tragué saliva.
–Dentro de dos semanas tu interpretaras su papel
–Pero ¿Cómo es eso posible? Aunque Carlota no esté yo no soy su suplente.
–No hagas preguntas, tu solo prepárate, todo estará arreglado.– dijo fría y autoritariamente.
Empecé a sentir un miedo terrible
–No, por favor ahora no, es muy pronto, no estoy lista.
–Lo estás, no estarás sola, yo estaré contigo.

Asentí con la cabeza, sentía las lágrimas resbalar por mi rostro, él creía que estaba lista.
Me levanté caminado hasta el espejo, por un instante pensé que era lo único que nos separaba, recargué mis manos y mi cabeza, deseaba tanto que estuviera conmigo, deseaba tanto poder verlo.
He imaginado cientos de veces cómo sería su rostro, el rostro de un Ángel que se escondía de mí.
Este espejo lo sentía como una barrera.

–Gracias– dije apenas como un suspiro.
Me sentí tan cerca de aquel misterioso Ángel que había salvado y sanado mi alma.
Respiré profundamente y me separé del espejo con mucho trabajo.
Al irme sentí un terrible vacío, cada vez que me alejaba me costaba me dolía más el separarme de su voz, porque a él no le conozco.
Las horas me pasaban tan lentas que las odiaba.
Tenía miedo de interpretar a Margarita, y si no lo hacía bien y él me dejaba.

Ya no quería llorar por él como las sientos de veces que lo he hecho.

Tomé otra ruta para salir del Teatro cuando mi mirada captó algo.
Me quedé fría de miedo, un nervio invadió mi estómago causándome nauseas, me comenzó a temblar todo el cuerpo.
Era el Vizconde, era Raoul de Chagny.
Estaba tan guapo, tenía su cabello rubio perfectamente peinado, sus ojos azules brillaban como estrellas que podían guiarte a cualquier lugar.
Era mi amor de la infancia.
Salí corriendo antes de que me viera.
Fui al único refugio que conocía, mi camerino.
Llegué y me dejé caer sobre la puerta ya cerrada.
Me veía tan pálida, así que me fui a poner polvo en las mejillas para no verme como un muerto.
Tenía una enorme sonrisa en mi cara.
Era la sonrisa más grande que me había visto.

–¿Qué te sucede, niña?
–Ángel, no me lo va a creer, pero me acaba de pasar algo maravilloso.
–¿Qué cosa?
–Cuándo era una niña, mi padre y yo estábamos en la playa de Perros, caminado, y mi bufanda salió volando con el aire, un niño corrió hacía el agua detras de ella y me la devolvió, desde ahí fuimos compañeros, los mejores amigos, mi padre nos contaba historias, tocaba el violín para nosotros, pero él se fue.
Tenía obligaciones como Vizconde, no podíamos seguir juntos.– suspiré –No creí verlo jamás, y está aquí ahora mismo, en la Ópera, mi querido Raoul.

Compartí con el Ángel mi emoción de ver a Raul y fue un terrible error.

–¡No toleraré tu indisciplina! ¡Tu mortal avaricia me desespera!
¡¿Cómo te atreves a pensar si quiera en él?! ¡Hay condiciones para que me puedas escuchar y las has roto! ¡Recuerda que lo se te ha dado también se te puede arrebatar!

La habitación quedó en terrible silencio.

Mi respiración era rápida, sentía como las lágrimas me atacaban.
No sabía si era de rabia o de culpa, que no debía sentirse felíz por mí. Hace unos minutos lo estaba al comentarme acerca del papel de Margarita.
Me tiré a suelo de rodillas, y comencé a llorar desesperadamente.
Le llamé varias veces y no me respondía.

–No me abandones... Por favor... no me abandones.

Lloraba como una niña, lloraba igual que la vez que murió mi papá.

–No me abandones...

Desperté sobre el suelo de mi camerino por el terrible frío que sentí deseaba haber tenido una pesadilla y escuchar a mi Ángel.
Pero solo había silencio.
No estaba conmigo.
Me había dejado y había sido mi culpa.
El amanecer de aproximaba. Me dolía todo el cuerpo por lo duro del suelo.
La cabeza mr explotaba y mis ojos eran rojos.
Me vi en el espejo y comencé a llorar otra vez.
Me pegué a este y comencé a golpearlo, tenía la esperanza de que si lo rompía mi Ángel me aguardaría ahí y me llevaría con él para siempre.
No le hice ni un rasguño al espejo lo que me hizo sentir desesperada.
Lo había perdido, y todo por un hombre que probablemente ya se había olvidado de mí.
Me quedé ahí aproximadamente dos horas.
Él jamás se hizo presente.
Me fui a casa

–Madame Valerius– corrí y me posé en sus brazos a llorar.
–¿Qué sucede mi niña?
–El Ángel... me dejó– dije como pude.
–¿Por qué niña? ¿Qué pasó?
Me hizo sentarme en el sofá y me sirvió algo de té.
–Porque vi a Raoul y le conté sobre él, se molestó tanto conmigo.

Madame Valerius se comenzó a reír.
¿Qué le parece tan gracioso? No entiende que el Ángel me dejó
La voltee a ver incrédula.
–Ay niña ¿no comprendes lo que pasa?
–No– pronuncié con hilo de voz
–¡La voz está celosa!– y río de nuevo.
–¿Celosa? ¿De Raoul?
–Tal vez siente que te perderá.

No comprendía como un Ángel podía estar celoso, eso era lo más mundano posible.
Y él no era humano, no debería sentir celos.

The Angel of MusicDonde viven las historias. Descúbrelo ahora