Epílogo

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Era un día no tan frío en Londres. De esos días en los que se disfruta la poca salida del sol.

El día era soleado cuando me casé con Raoul.- pensé mirando la ventana.

Recuerdo que tardamos tres semanas más en casarnos. Además de que me enfermé del estómago días antes de la boda, bueno..., no era una enfermedad cómo tal.

Tres días antes de nuestra boda me entraron los nervios y la desesperación, además de una profunda tristeza, por un momento pensé que era depresión. Tenía mucho que no me sentía así. Ese día toqué límite, que hasta puedo decir que mi enfermedad se dio por el estrés.

–Tranquila, Christine, no hay porque alterarse tanto.–  me decía Meg. –Deberías estar felíz.

–Lo estoy, Meg, pero los nervios me comen, nadie te prepara para casarte..., y menos enferma. ¿Cómo se supone que haré ese día?– Pregunté desde mi cama en la cual estaba acostada por mareo y las náuseas.

Antes de que Meg contestara, entró Madame Giry.

–Hija, te traje este té.– dijo entregandome la bebida con delicadeza.
–Si me permites una opinión, yo te veo diferente, cariño, con un brillo especial, no exactamente enferma, ¡supongo es la emoción de la boda!– suspiró alegremente.

–Te dejaremos descansar, debes estar bien para la boda. Tómate el té que trago mamá, es un efectivo.

Meg y su madre salieron de mi cuarto en la casa Chagny dejándome sola.

Volteé a ver el té con desprecio, no iba a tomar eso, podría ser peligroso.

En la tarde siguiente me acerqué a Raoul con miedo. El estaba solo en su despacho checando algunos papeles. Yo tenía que limpiar mi consciencia y la única forma era hacerle una declaración.

Toqué la puerta suavemente.

–Adelante.– respondió una voz del otro lado de la puerta.

Abrí y entré con pasos dudosos.

–Hola, cariño. ¿Ya te sientes mejor?–. Preguntó mirándome a los ojos con una suave sonrisa.

–Oh, claro que sí, supongo que algo me cayó pesado el día de ayer–. Hice una pausa. –Raoul, quiero que nos casemos solo si estás seguro, muy seguro de que puedes perdonarme.

Él me miró por interminables minutos y solo asintió confundido. No pronunció palabra alguna, bajó la mirada y  continuó revisando los papeles que tenía en su mano.

Estaba dolido conmigo, pero ya no tanto como antes, yo llevaba su anillo en mi dedo, sin miedo de aceptar ser su esposa.

La boda fue  sencilla. Nuestros invitados eran su cochero y Madame y Meg Giry, además de Nadir, al cual Raoul invitó.

Ese día fuimos muy felices, importabamos solo nosotros. Todo el dolor del pasado se convirtió en amor. Las inseguridades se eliminaron y supe que me había perdonado, nunca lo dijo, pero yo lo sabía.

Nuestra noche de bodas fue mágica sin dudas, pero yo no pude evitar pensar en Erik cuando solo yo estaba despierta tendida en la oscuridad a su lado. Lágrimas silenciosas se deslizaron por mi rostro, haciéndome sentir una culpa terrible.

Todos los días, cuando me encuentro sola, en mi tranquilidad, me hallo a mi misma pensando en él, dedicándole mis suspiros y mis pensamientos más profundos y ocultos, imaginando qué estaríamos haciendo, tal vez cantando, leyendo libros, conversando, o solo escucharlo tocar el piano. Lo extrañaba tanto.

Nos marchamos a Inglaterra el día siguiente de la boda.
Fue triste la despedirme de Meg y su madre, pero sabíamos que era mejor empezar en otro lado, lejos de su familia y nuestro pasado.

The Angel of MusicDonde viven las historias. Descúbrelo ahora