Abrió los ojos y observó, aterrada, la hoja en blanco que reposaba sobre el escritorio. Aquella hoja que, fría e impasible, parecía acusarla. No era más que un constante recordatorio de su fracaso, de su impotencia, de su frustración.
Contuvo las ganas de gritar.
De repente aquel simple papel se convirtió en un reflejo de su alma.
Vacío.
Vacío y demonios.
Sus propios demonios, escupiéndole en la cara, gritándole desafiantes. Le gritaban que renunciara, que no era ni sería jamás capaz. Porque los sueños sueños son y lo tuyo es apenas una quimera. Déjalo. Renuncia. ¿Es que no lo ves? Esto es para valientes y tú... Bueno, tú tal vez deberías empezar a quemar tus estúpidos cuadernos de una vez.
Fue entonces.
Entonces explotó.
Explotó con la fuerza de miles de volcanes, con furia, como jamás había explotado. Y gritó, gritó como llevaba siglos queriendo hacer. Soltó todo el dolor, todo el miedo, toda la rabia. Soltó todo lo que ardía en su interior, vomitándolo con fuerza contra la odiosa hoja en blanco que había osado retarla.
Calló.
Por fin se sentía libre.
Y comprendió, sin fuerzas apenas para esbozar una sonrisa triste, que había vencido.
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Palabras ignoradas
Short StoryEscribo para mí misma, no creo que a estas alturas nadie siga leyendo esta basura. Publico cada cinco meses (como mínimo) y no suele ser nada coherente.