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La conocí en la estación de tren. Ya estaba sentada allí cuando llegué. Aparentaba unos cuarenta años y vestía elegante, con ropa negra, como si estuviera de luto. Los labios pintados de rojo destacaban con la palidez de su cara, al igual que sus ojos, oscuros y penetrantes. Era hermosa, sin duda, pero a la vez inquietante, y eso solo hacía que me interesara más.

En cuanto la vi sentí la necesidad de dibujarla. Saqué el gastado cuaderno que llevaba siempre conmigo y me puse a ello. La dibujé despacio, fijándome en cada detalle, haciéndome más preguntas a cada trazo. ¿Quién sería? ¿De dónde venía? Y, lo más importante, ¿a dónde iba?

Cuando levanté la vista del papel lo primero que advertí fueron sus ojos oscuros, observándome con curiosidad. Avergonzada, guardé a toda prisa el cuaderno y me disculpé con torpeza, pero la mujer solo sonrió y negó con la cabeza.

"En realidad me sorprende que puedas verme, la mayoría lo hacen demasiado tarde. Perdón que no me haya presentado", dijo tendiéndome la mano para que yo la estrechara, "he venido a hablar contigo. Me llaman por muchas formas, pero puede que tú me conozcas por el nombre de Muerte."

14 de septiembre de 2018, Wiesbaden, Alemania




Escribí esto hace un par de meses durante mi intercambio. No es para nada de lo mejor que he hecho, pero ese día significó muchísimo y ahora mismo echo de menos Alemania como nada.

Además llevo siglos sin publicar.

Y qué cojones, sin escribir.

11 de noviembre de 2018, Salamanca, España

Palabras ignoradasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora