El poeta

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Hubo una vez un poeta. Era un poeta de estos en peligro de extinción, de los que no se ocultan tras un papel para escribir mentiras a alguna musa altiva y lejana, ni pretenden creer en un dios, o ni siquiera serlo. 

Era un poeta sin miedo al amor, ni a vivir, ni a nada que no fuera un para siempre. Gritaba poesías inacabadas a las cuatro de la mañana, sangrando cada palabra como te juro que nadie ha hecho. Teñía el mundo de colores que no podríais ni imaginar y se desgarraba el alma con la fuerza del que arde a cada verso, consumiéndose con furia creadora.

Pero un día se cansó. Se cansó de las sonrisas condescendientes, las palmaditas en la espalda y los "tal vez a la próxima". De que compararan su arte con esas mentiras prefabricadas de multinacional. De dejarse los sueños en trozos de papel que luego solo leía el viento, y la voz en canciones de medianoche. Se cansó de todos los que esperaban sonriendo su inminente caída. Se juró no darles el gusto.

Así que, cuando se vio al borde, hizo la única cosa que nadie podía haber previsto: saltó. Saltó y abrió unas alas que no recordaba tener, que tal vez ni siquiera tenía. Saltó y el vacío le recibió con los brazos abiertos. Encontró un hogar en el abismo y se prometió a sí mismo no regresar jamás. 

Cumplió su promesa.

El poeta cogió prestada una guitarra y un par de versos gastados de algún héroe anónimo del rock. Después desapareció. La última vez que le vieron volaba raso sobre una carretera secundaria, huyendo lo más rápido que sus alas le permitían. 

Hay quien dice que sigue gritando versos en mitad de la noche, pero ahora suenan a canción y ya no queman en el alma. Que está un poco menos roto y sus poemas duelen de un modo dulce, algo más triste, pero menos desgarrador. 

Hay, incluso, quien asegura que ahora es feliz. 

Palabras ignoradasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora