CAPÍTULO OCHO

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—¡Azul! —exclamé, sorprendido.

—¡Hola, Matías! Creo que mi hermano me pasó mal la dirección. ¿Conocés a una tal Camila? —preguntó ella.

—¡Tatu, hola! —saludó Pedro desde las escaleras.

La cara de Azul fue de película. Los ojos se le agrandaron, levantó las cejas y su boca terminó entreabierta de la sorpresa.

—¿Querés pasar? Hace frío afuera —le ofrecí. Ella asintió y entró.

Olí la increíble fragancia de su pelo cuando caminó gracias a las corrientes de aire, y posé mi mirada calculadora en ella. Ella giró en mi dirección y sonrió.

—¿Así que nuestros hermanos son amigos, eh? —preguntó ella. Asentí mientras la observaba, escaneándola de arriba abajo. Azul siempre tenía esa cualidad de verse hermosa con lo que sea que se pusiera, y hoy no era la excepción. Traía unos jeans tipo Oxford, unas converse grises, una remera blanca y un buzo Abercrombie color vino. Un look simple, pero que sin duda le quedaba mejor que a las modelos oficiales.

Era por chicas como ella que la belleza parecía inalcanzable para otras mujeres, porque ellas ni se esforzaban y, siendo como néctar, todas las abejas (o sea los chicos) revoloteaban hacia ellas. Azul era de esas chicas que atrapaban la mirada en una fiesta, en un shopping o en el colegio; una de esas chicas a las que uno no podía dejar de admirar; una de esas chicas por las que los chicos caían como las manzanas de los árboles en una tormenta fuerte.

—Mañana yo llevo el desayuno —le ofrecí a Azul.

—Me parece bien, Mati. ¿En el banco de hoy veinte antes de que toque el timbre? —propuso ella. Asentí y le sonreí, emocionado. ¡Era una micro-cita-no-cita! Sí, había declarado que las contaría como citas. ¿Qué? Azul es Azul, daba por hecho que no iba a haber muchas como para contar.

—Dale. ¿Para dónde queda tu casa? Te acompaño —le ofrecí.

—No es necesario —se apresuró a decir ella.

—No, insisto. Te acompaño.

—Bueno, acompañame. —Sonreí y Pedro y Cami bajaron las escaleras.

—¡Tatu! ¿Puedo invitar a Cami a casa la semana que viene? —le pidió Pedro a Azul. Dato que esta vez sí noté: Pedo la había llamado Tatu.

—Sí, podés; después hablo con Fran para que sea un día que él esté. —Pedro sonrió y abrazó a su hermana. No sabía quién era el tal Fran, pero después iba a enterarme que él era el padrastro de los Medina.

—¿Vamos, Tatu? —le pregunté. Ella me miró agrandando los ojos y me sacó la lengua.

—Cami, ¿algún apodo vergonzoso por el que se refieran a tu hermano? —le preguntó ella a mi hermana.

De escritores y cafésDonde viven las historias. Descúbrelo ahora