Por unas monedas de oro

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La luz era cegadora, la tierra árida y sin vida, no era de extrañar bajo el calor de tres soles que abrasaban a su paso, el tono rojizo y ocre del lugar era una vista deprimente mas ella sabía que ahí estaba segura, que no había mejor escondite para trapichear y comerciar con los deshechos de la sociedad, pocos se aventuraban a ese planeta olvidado por el imperio, sin recursos para establecer un poblado digno, sin agua potable ni un pedazo de sombra donde cobijarse.

Impaciente esperaba consumiendo un cigarrillo, maldiciendo una y mil veces, consultando la esfera oscura que le indicaba el paso del tiempo, la misma que llevaba en su bolsillo delantero pues odiaba la impuntualidad, a pesar de ser una contrabandista, fugitiva entre los reinos, perseguida y codiciada, a pesar de que la moral no entraba en su vocabulario y sería capaz de vender a su mejor amigo por unas monedas de oro, tenía un código y le gustaba respetarlo, y su código no concebía llegar tarde a una cita.

La sombra que el gran alerón de su nave le proporcionaba era suficiente para no morir asfixiada, mientras mascullaba y apagaba su cigarrillo, llevándose la cantimplora a los labios para apagar su sed y calmar la sensación arenosa de su garganta, llevando su mano a la comisura y recogiendo las preciadas gotas que escapaban, deteniéndose unos instantes en esa marca que adornaba su labio, con un escalofrío recorriendo su espalda a pesar del sofocante calor del lugar, recuerdos de una infancia que prefería desterrar en un rincón, relegarlos en el olvido.

Volvió a mirar su esfera, su cita llegaba muy tarde y no le gustaba esperar, de no ser porque el cargamento que llevaba era valioso y caro se habría marchado hacía ya un buen rato, al fin y al cabo no tenía tiempo que perder y en ese reino inhabitado no existía poblado donde buscar diversión, empezaba a resultarle la espera tediosa y aburrida.

De pronto el sonido de un motor y el estallido de una nave aterrizando alertaron sus sentidos, estaba fuera del dominio del imperio pero debía andarse con mil ojos, la buscaban y no pararían hasta encontrarla, ella sabía que era un enemigo temible, prefería el anonimato por esa misma razón. Escrutó la nave buscando los emblemas de la emperatriz mas no los portaba, relajándose de inmediato al constatar que seguramente sería su cita quién acababa de aterrizar.

La nave visitante abrió sus compuertas y de ella salió un séquito de personajes variopintos, un hombre alto, rubio y con los ojos azules, vestido de blanco con porte real, seguramente la persona que la había citado, que la había contratado para entregarle tan valiosa mercancía, tras él un grupo de hombres y mujeres que buscaban su bienestar, que los soles no dañaran su piel, portando sombrillas, agua y más enseres que no pudo identificar.

Un gesto de asco y desprecio nació en su rostro, detestaba a aquellos que por poseer más que el resto se sentían superiores, mas él debía pagarle y por ese motivo estaban en ese lugar. Salió de las sombras acercándose a ese hombre, sus cabellos castaños como el chocolate recogidos, sus ojos, tan verdes como un bosque frondoso, misteriosos y quebrados, su rostro bronceado y sus ropajes de bandido hacían de ella una mujer extraña, inquietante y demasiado bella.

Él se la quedó mirando unos instantes, analizándola pues no esperaba encontrarse con una mujer, le habían dicho que era el mejor contrabandista de todo el imperio, que por un precio conseguía cualquier cosa, más era joven y no parecía peligrosa, él esperaba encontrarse con un matón, un ex militar quizás, alguien que odiase el imperio con motivo, no una muchacha que juega a saltarse las normas.

-Me llamó Jake Griffin, he venido a buscar mi cargamento.

-¿Griffin? Eras un rey antes del levantamiento, eso creo recordar

-Volveré a serlo cuando ganemos la guerra

-Buena suerte con eso, ¿Tienes mi dinero?

-¿Tienes tú mis armas?

-Si no veo mi dinero no entrego la mercancía

El rey caído la miró con furia antes de enviar a uno de sus hombres al interior de la nave a buscar el cofre con lo que quedaba del tesoro real. Por un instante ella creyó vislumbrar el rostro de una muchacha espiando todo acontecimiento, mas lo atribuyó a su necesidad de contacto humano ya que hacía días que no se detenían en puerto seguro, donde poder buscar diversión, al menos durante unas horas.

Tras unos instantes, el emisario volvió junto a su rey, portando el cofre y enseñándole a la muchacha su contenido.

Esta dibujó en su rostro una sonrisa cínica, haciendo un gesto en dirección a su nave. De esta salieron varios de sus hombres cargando las cajas llenas de armamento sofisticado, el mismo que ella se había encargado de robar hacía unos días de uno de los trenes de su majestad la emperatriz, un golpe maestro que no serviría de nada, el ejercito de la tirana era demasiado numeroso y la resistencia que quería presentar batalla sería aplastada sin consideración. Esos asuntos a ella no le concernían, mientras pagaran ella entregaba lo que se le solicitaba, sin hacer preguntas, no había imposibles, al menos no para ella.

Tras entregar la carga, recibió su cofre y a gran velocidad, los hombres de Griffin entraron las armas en la nave y se marcharon de ahí con prisa. Jake suspiró agotado, la guerra se avecinaba y pronto podría vengar la muerte de su esposa y darle a su hija un hogar más allá de las cuatro paredes de esa lata de sardinas, aunque el precio a pagar fuese su dignidad al haber pactado con una contrabandista.

Dejando atrás ese planeta árido y sofocante, sus ojos se posaron sobre el rostro inocente y cargado de vida de su pequeña, su Clarke, el motivo por el cual seguía adelante, presentando batalla contra un imperio que estaba sometiendo y destrozando todo el universo conocido.

Pasara lo que pasara en la guerra que iban a emprender, solo deseaba que Clarke estuviera a salvo, estuviera protegida, era lo único que le quedaba en el mundo.

Viendo la nave del rey alejarse, la joven contrabandista volvió a llevarse la cantimplora a los labios, hallándola vacía, suspiró frustrada y, a grandes zancadas se encaminó a su nave, su hogar, su adorada "Villian" entrando con brusquedad y solicitando agua de inmediato. Uno de sus hombres se la trajo mientras los demás dejaban el cofre con el oro recibido en su lugar y ella se dirigía al puente de mando para dar las nuevas coordenadas, quería dejar cuanto antes ese infierno de arena y calor.

Nada más entrar, sus ojos se posaron en su compañera de fechorías, la persona a la que confiaría su vida de ser necesario, la única que sabía quién era ella y sus motivos para huir del imperio con tanto ahínco. Luna era su nombre, sus cabellos rojizos y enmarañados, bastante largos, de piel más clara y ojos marrones como el café. Esta se la quedó mirando con una sonrisa adelantándose a los deseos de su capitana, como tenía costumbre hacer.

-¿A dónde vamos Lexa?

-A cualquier lugar donde pueda encontrar compañía, hace mucho que mi cama esta vacía

VillianDonde viven las historias. Descúbrelo ahora