Emboscada

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Despertó con el cuerpo adolorido y entumecido, no supo exactamente en qué momento se había quedado dormida ni cuánto tiempo llevaba sumida en el limbo, quizás horas o días, en la oscuridad de su celda no podía discernir si había caído la noche sobre Siracusa o por el contrario estaba amaneciendo. Cada una de sus heridas ardían en su piel, especialmente la de su mejilla, un corte limpio y lacerante, se había abierto y pequeñas gotas de sangre manchaban su rostro sin que esta se atreviese a tocarlo, no quería sentir en las yemas de sus dedos ese surco que la acompañaría toda la vida.

Las lágrimas acudieron a sus ojos, por un lado deseaba de corazón que Lexa apareciese con su sonrisa insolente a rescatarle, sentir una vez más sus brazos rodeándola, su voz tranquilizando sus sentidos... Por otro lado estaba aterrada, había sufrido en su propio ser cuán terrible era Nia y no lo deseaba para su capitana, si ella se mantenía a salvo, si no iba a buscarla, quizás era mejor así, al menos una de las dos permanecería con vida y podría recordar esos instantes efímeros en los que habían sido realmente felices.

Cada uno de los recuerdos junto a Lexa se arremolinaban en su mente, su primer cruce de miradas, su insolencia que escondía un amor sincero y profundo, sus visitas incesantes a la bodega por causa de sus pesadillas, sus anhelos por comprenderla, ese primer beso, furioso, arrebatado en las entrañas de su nave, su primera vez, como llegó a la cima, como Lexa la tomó con delicadeza y furia contenida, sus labios rogándole un beso, sus noches en vela cuando la capitana despertaba empapada en sudor frío por una pesadilla, su te quiero susurrado al borde del limbo, un te quiero que no recibió respuesta, se aferraba a los recuerdos para mantener la mente fría, para no enloquecer, para que el dolor no domara sus emociones, para no caer rendida a los pies de la tirana, rogando por una muerte que no se le iba a conceder, por alguna razón Nia deseaba matarla en frente de su Lexa.

De pronto la puerta de la celda se abrió, provocando que sus ojos se tiñesen de puro pánico, no estaba preparada para ser torturada una vez más, todo su cuerpo empezó a temblar y alzó una súplica ahogada entre susurros... No, otra vez no.

Cuando la balsa de salvamiento tocó tierra, Lexa miró a Luna y ambas mostraron alivio en sus gestos, la primera prueba había sido superada, no sabían si serían capaces de burlar las defensas que su madre había puesto en Siracusa con una nave tan pequeña, por suerte Lexa no había perdido sus habilidades, reconociendo el origen de estas y neutralizándolo unos segundos, logrando así pasar sin llamar la atención, nadie en tierra supo que las defensas habían caído, no hasta que la Villian y el crucero de Octavia hicieron aparición en el punto exacto que Lexa les había indicado, la distracción estaba en marcha, solo les quedaba esperar y atacar desde dentro tal y como tenían planeado.

Octavia, comunicándose con Anya y Ontari en todo momento, aprovecharon la caída de la defensa para penetrar en la órbita de Siracusa, el miedo junto a la adrenalina dominaba el ambiente, todos ansiaban salir y pelear mas sabían lo arriesgado que era, las consecuencias de no vencer en esa batalla improvisada, ideada en milésimas de segundo debido a la urgencia y el desespero.

Anya y Ontari se mantenían firmes, tomadas de la mano sin ganas de verbalizar un adiós, no podía ser ese su final, se negaban a creerlo. Como capitana improvisada, la joven piloto había ordenado que Anto se quedara en la Bodega, admiraba el valor y sus buenas intenciones pero era una niña, no una guerrera, esa batalla no era una que tuviese que librar.

Con una última mirada a la pantalla donde Octavia y Raven se preparaban al igual que ellas para el inminente combate, se dieron el último gesto, apagando la comunicación, era el momento de salir, Lexa las necesitaba, necesitaba tiempo y se lo iban a proporcionar. Anya al igual que Raven se posicionaron en los manos que controlaban el armamento de ambas naves, cubrirían las espaldas de los suyos disparando los cañones. Con un beso largo y profundo, Ontari se despidió de ella, sonriéndole con cariño y prometiendo volver de una pieza, bromeando sobre el póker y haciéndole reír. Cuando la vio salir y se vio a sí misma sola en los mandos, sintió el peso del mundo sobre sus hombros, rogaba en silencio para que Lexa tuviera éxito y volviese a ellas pronto.

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