Embajadora

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Tras largas horas discutiendo sobre el mejor camino a seguir, las coordenadas a las que dirigirse y nuevos trabajos que aceptar, Lexa se retiró a su habitación buscando soledad y paz. Lo que ella llamaba cuarto en realidad tenía le tamaño de un pequeño apartamento, todo el espacio que necesitaba para sentirse en casa, justo en la parte superior de su nave. Bajo su suelo se extendía la sala de mandos y ella tenía acceso directo en caso de que se la requiriese en dicho habitáculo, por otro lado estaba apartada del resto de su tripulación, muchos de ellos compartían un camarote durmiendo en pequeñas literas y, aparte de ella, solo el médico de a bordo tenía una habitación independiente que usaba de consulta en caso de enfermedad o heridas graves.

Adoraba su nave, era lo más parecido a un hogar que había conocido, ella misma la había construido con sus propias manos hacía ya muchos años, antes incluso del levantamiento de la tirana y del dominio del universo, cuando solo era una muchacha demasiado inteligente y solitaria, con un soldador y deshechos recogidos en un vertedero. Con el paso del tiempo y ayuda de los pocos que se fueron enrolando en su inesperada travesía, la Villian fue tomando forma, se fue agrandando hasta convertirse en la maravilla que manejaba y de la que no podía sentirse más orgullosa. Más veloz que cualquier crucero de guerra, resistente y con personalidad propia, muchos de sus hombres pensaban que Lexa había dejado parte de su alma entre el metal, su nave y ella eran un solo ser, su posesión más preciada.

Una vez a solas, con la trampilla sellada para no ser molestada, la joven capitana suspiró, deshaciéndose de sus ropas con tedio ya que estas estaban impregnadas de sudor y arena debido a su estancia bajo los tres soles. Encendió un cigarrillo, sintiéndose cómoda en ropa interior y comenzó a manipular una pequeña pantalla al lado de su sillón, pantalla que se iluminó al reconocer a su dueña, mostrando símbolos que solo ella comprendía. Sus dedos recorrieron veloces dicha pantalla y en un instante el metal sobre su cama ascendió dejando a la vista el universo en todo su esplendor.

Con una sonrisa disfrutó de su cigarrillo, sentada en ese sillón de cuero y con la mirada perdida más allá de las estrellas, adoraba su vida, la adrenalina que recorría su cuerpo antes de dar un golpe, el sonido del oro al recibir el pago por sus servicios, adoraba no tener un lugar al que regresar, sentirse la dueña de cada rincón del universo, vivir sin más ley que la suya propia, ser libre en un mundo dominado.

Tras apagar el cigarro se dejó caer sobre su cama, manipulando nuevamente esa pantalla trasparente que le permitía controlar el metal y liberar las vistas, suspirando frustrada ya que parte de su vida significaba dar mil rodeos antes de aterrizar, era importante despistar y pasar desapercibida, un paso en falso y quizás la emperatriz la atraparía, ese pensamiento estremeció cada poro de su piel de puro terror, ella que no temía saltar sobre un tren en movimiento, que se atrevía a hurtar en medio de una explosión o de un incendio catastrófico incluso buscando tiempo para encender un cigarrillo, temblaba de miedo solo con pensar en la tirana.

Colocando las manos bajo su nuca, vació su mente de todo pensamiento perdiendo su mirada en las estrellas, pronto llegarían a puerto, el planeta elegido a conciencia era Amatista, conocido por ser uno de los planetas al margen de la ley, muy lejos del centro del imperio y donde acababan los bandidos, reunidos para tomar cerveza en mugrientas tabernas. No era esa amarga bebida lo que la empujaba a viajar hasta ahí sino su frustración y la necesidad de sentir el calor de una mujer en su cama una vez más, en Amatista se encontraba el prostíbulo clandestino más grande del imperio y ahí se dirigía, al fin y al cabo se lo merecía, el último trabajo casi le cuesta la vida, los hombres del imperio estaban cada vez mejor entrenados y era más difícil burlarlos.

Sin apenas darse cuenta, acabó sumiéndose en un sueño profundo, rodeada de las maravillas del universo y con el subconsciente lleno de monedas de oro, libertad, sudor y los labios de una mujer regalándole un beso.

VillianDonde viven las historias. Descúbrelo ahora