Pesadillas

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La palabra odiar siempre le había parecido demasiado drástica, se enorgullecía de no albergar dichos sentimientos por nadie, hasta que esa mujer se cruzó en su camino, Lexa la sacaba de quicio y no hacía ni dos semanas que había ido a parar a la Villian.

Siguiendo los consejos de Luna callaba cuando la capitana ladraba como un perro, todos decían que en el fondo era buena persona pero ella no era capaz de verlo, era arrogante, estúpida, idiota, siempre con una sonrisa sarcástica en el rostro y palabras hirientes en la punta de sus labios.

Odio, rabia, desesperación cada vez que su voz rompía el silencio, cada vez que la miraba, tan bella, tan enigmática y salvaje, tan... odiosa.

Hizo lo que se le pidió, durante días sacó brillo a cada esquina de esa nave sin rechistar, estropeando sus manos inmaculadas, destrozando sus uñas con esos productos que olían peor que el vómito usados para desinfectar, ni una queja salió de sus labios a pesar de las continuas provocaciones de la capitana. Aunque aseguraba que no era a propósito, siempre se las ingeniaba para ensuciar justo lo que tanto le había costado mantener limpio, delante de sus ojos, con su sonrisa odiosa, su mirada esmeralda, pícara, carente de sentimiento alguno.

Cerró los ojos cansada mas complacida, su arduo trabajo había dado resultado, con ayuda de Anto y del resto de la tripulación sin que Lexa lo supiera y, si lo sabía, no daba muestras de ello. Por fin estaba la nave reluciente, no costaría mucho mantenerla en ese estado si la capitana no decidía empezar a tirar basura por todas partes, hecho del cual la veía capaz dada su estupidez incurable.

Se sentía feliz, no negaría que había sido todo un reto, de princesa a chica de la fregona, mas lo había superado, quizás los motivos de Lexa eran desanimarla, hundirla en la miseria mas no lo consiguió, sonreía satisfecha sintiéndose vencedora de una batalla surrealista e inexistente sin darse cuenta de que, inconscientemente, pensara lo que pensara, su mente pronunciaba una y otra vez ese nombre, Lexa.

Como invocada por su alegría para estropearle el momento, la capitana apareció ante ella con sus portes de grandeza falsos y estudiados, su mirada esmeralda se clavó en sus ojos aguamarina, desafiantes, había logrado limpiar toda la nave, demostrar que esa útil, esa mujer no tenía nada que reprocharle.

-¿Has terminado?

-Sí capitana

-¿Toda la nave?

-Sí capitana, de palmo a palmo

-¿No te has dejado ningún rincón?

-No capitana

-¿Y mi habitación no pensabas limpiarla? Dije toda la nave, eso incluye mis dependencias privadas

Hundida en un instante, la verdad es que en ningún momento pensó dónde pasaba la capitana sus momentos de tranquilidad, era obvio que debía tener un lugar donde descansar, no viviría eternamente en el puente de mando. Abrió la boca pero ningún sonido salió de ella, provocando una carcajada sarcástica en la capitana y coloreando sus mejillas por la vergüenza.

-Sígueme rubita, aún te queda trabajo

No tenía nada que objetar, la capitana la encontró con la guardia baja por lo que siguió sus pasos en silencio. Lexa andaba unos pasos por delante, silbaba, parecía feliz, era una mujer extraña con la que prefería no cruzarse mucho, por desgracia la Villian no era muy grande y varias veces al día debía compartir estancia con ella y soportar sus burlas y sarcasmos.

Parecía que se dirigía al puente cuando giró a la izquierda, de no ir con ella jamás habría visto la puerta, de metal, encajando con la nave de forma camaleónica. Lexa la abrió y la invitó a entrar, encendiendo las luces de ese lugar parecido a una cueva.

Sus ánimos en seguida se ensombrecieron, la habitación de Lexa estaba hecha un auténtico vertedero, había restos de cigarrillos y ceniza por todas partes, ropa colocada en cualquier lugar, el ambiente olía a humo, alcohol y sexo de forma realmente asquerosa. Suspiró frustrada, tardaría al menos unas horas en adecentar el lugar.

Para añadir leña al fuego de su desesperación, la capitana se tiró sobre el sofá que adornaba la salita sin dar signos de querer marcharse.

-¿A qué esperas? La quiero limpia rubita

-¿No vas a marcharte?

-¿Y dejarte sola en mi habitación? ¿Para que toques mis cosas y rompas algo? No yo me quedo a vigilarte

Suspiró, no iba a quitársela de encima por lo que debía empezar, acabar cuanto antes y perderla de vista.

Sus movimientos eran diligentes, había aprendido a adecentar las estancias con rapidez y esmero, Lexa la miraba intentando disimular el máximo placer que le producía compartir unos instantes de su compañía, sabía que se había comportado como una idiota, era necesario, no podía enamorarse de Clarke, no sería justo para la princesa, convertirse en su debilidad, era mejor que la odiara.

Cuando la ropa sucia desapareció y la limpia fue colocada en sus respectivos cajones, Clarke se dirigió a la cama, las sábanas estaban desordenadas con evidentes signos de actividad sexual. Una mueca de asco adornó el rostro de Clarke mientras las retiraba y colocaba unas nuevas, contemplando ese espacioso y mullido colchón más de lo que le habría gustado, recordando una época en la que ella descansaba cómoda y caliente, no en unas raídas mantas en el suelo de una embarcación.

La voz de Lexa la devolvió a la realidad, encendiendo sus mejillas y obligándola a mirarla con horror y asco.

-Si quieres algún día podemos compartir el colchón... pero duermo desnuda así que tendrás que darme calor

-Ni en tus mejores sueños

La sonrisa de la capitana la perturbaba, su mirada de depredadora la asustaba, por un instante quiso correr, perderse, por un instante la idea de ser expulsada al espacio en una cápsula de salvamento le pareció la mar de atractiva.

Sin pronunciar palabra limpió a fondo esa estancia, devolviéndole un poco de vida y esplendor, tardando más de la cuenta ya que la capitana estorbaba y ensuciaba dificultándole el trabajo. Cuando por fin terminó, quiso marcharse cuando Lexa la atrapó por el brazo, mirándola directamente a los ojos, demasiado cerca para su gusto, podía notar su aliento cálido, sus ojos verdes, su mirada, tan extraña y magnética. No dijo nada, solo esperó mientras su corazón se disparaba en su pecho.

-Buen trabajo rubita, descansa un poco, lo mereces

Sin decir más la soltó, Clarke corrió aun perturbada por ese contacto, ese momento en el que la capitana había estado a escasos centímetros de sus labios, mientras Lexa la observaba marcharse, había perdido el control.

En ese momento supo que había cruzado la línea, que no había humillaciones suficientes, no había odio suficiente que pudiese apagar lo que sentía, se había enamorado.

Con la certeza de que sus sentimientos ya tenían nombre, vinieron una a una las pesadillas.

VillianDonde viven las historias. Descúbrelo ahora