Tormenta de arena

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Las pesadillas no daban tregua, atacaban cada noche como un aguijón, como el peor dardo envenenado, torturando su mente y congelando su aliento. Despertaba entre gritos, desorientada, asfixiada por la angustia y el horror, buscando consuelo en los brazos que cada noche se aferraban a ella anclándola a la realidad, en las palabras dulces de aliento que Clarke le regalaba desde las sombras. No existía antídoto para tan cruel y mortal veneno, solo un pequeño paliativo, los labios de su princesa regalándole un beso a las cuatro de la mañana. Clarke comprendió que al despertar anclada en su terror, lo único que aliviaba a Lexa era sentirla por completo, sus noches en vela se llenaron de pasión, de gritos, de caricias cómplices...La capitana despertaba y buscaba su cuerpo como un elixir magnifico, regaba en cada pliegue de su piel frustraciones y anhelos, terror y lágrimas, convertía sus fantasmas en el amor más puro y se dejaba llevar por sus más íntimos impulsos, haciéndole el amor a su princesa hasta caer exhaustas, cambiando sus jadeos de pánico por el placer de poseerla, un juego al que Clarke entraba sin reparo, conocedora de esa temible necesidad, paliando poco a poco los estragos de sus temores.

Agotada sobre el colchón, con la vista perdida en las estrellas, sus cabellos enredados y su respiración serena, pausada, completamente relajada mientras Lexa acariciaba su espalda con los labios, se permitió sonreír. Hacía poco más de una semana que compartía su lecho, que había convertido sus dependencias privadas en el hogar de ambas, solo unas semanas desde que colocó sus escasas pertenencias en el armario junto a las de Lexa y que esta misma le había enseñado cómo controlar cada rincón de la estancia, cómo elevar los paneles de metal si deseaba contemplar las estrellas, la hizo partícipe de su vida por completo y cada día la fue sorprendiendo, mostrándose tan distinta a como la conoció, tan humana y vulnerable.

Los labios de la capitana fueron ascendiendo hasta su cuello, colocándose sobre ella, jugueteando y sonriendo, provocándole un escalofrío y un gemido cansado, Lexa no conocía límites, no sabía cuándo parar, cuándo decir basta.

-Lex... estoy agotada, no siento ni un solo músculo

-¿Segura?

-Completamente... ¿Cómo puedes no estar agotada?

-Nunca tengo suficiente cuando se trata de ti princesa

-Pues yo sí que ten...

La frase que pronunciaba murió en un suspiro y un gemido ahogado cuando sintió las manos expertas de Lexa acariciando su sexo con suavidad.

-Yo creo que no tienes suficiente princesa

Atenta a los suspiros de la joven, Lexa se colocó sobre su espalda sin dañarla, sin apartar sus dedos, enviando oleadas de places por su columna de forma lenta y dulce. Besó su piel, su cuello, su hombro, susurrando en su oído palabras tiernas mientras la preparaba para el último asalto, sabía que tras ese la joven caería profundamente dormida y quería aprovechar cada instante.

Cuando todo el cuerpo de la princesa le indicó que estaba lista, entró en ella despacio, disfrutado de cada segundo, de cada sensación, de cada gemido ahogado contra la almohada. Con infinita paciencia sus dedos empezaron a moverse en el interior de la princesa y esta, inconscientemente, comenzó a mover sus caderas buscando un contacto más íntimo, rozando el sexo de Lexa y enloqueciéndola. Aunque lentos, sus movimientos eran firmes, en solo unos segundos los gemidos de ambas volvieron a invadir la habitación, sus jadeos acompasados, el sonido de sus cuerpos chocando a medida que aceleraba sus embestidas, sabía que Clarke no aguantaría mucho más, que se desvanecería en cualquier momento.

Tal y como Lexa esperaba, pronto sus dedos se vieron atrapados en el interior de la princesa mientras esta recibía con un grito los espasmos del orgasmo, grito que le hizo llegar con ella a la cima, cayendo poco después sobre su espalda sin salir de su interior.

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