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Atravieso el salón tan rápido como mis tacones me lo permiten y llego al jardín. Un techo alto sostenido por unos enormes pilares cubre la entrada al lugar. Salgo de ahí y camino hacia la noche fresca. El cielo está despejado y la luna brilla en todo su esplendor. Pequeñas estrellas acompañan a la enorme luz.

Respiro varias veces para que las lágrimas dejen de producirse. El recuerdo de mi padre y de lo orgulloso que se sentía de mí a pesar de mis decisiones es lo único que tengo en mente mientras camino sobre la ligera grava hacia dentro del jardín. Intento retroceder cuando siento que he avanzado demasiado, pero es tarde. Estoy dentro de un laberinto.

Paredes gruesas de vegetación me rodean y el olor a humedad baña el ambiente. De repente siento frío, así que me cubro con mi chal. Camino con la vista fija en el suelo, poniendo atención en cosas irrelevantes, por ejemplo, me percato de que la tierra es de color beige y de que las hojas que me rodean son más grandes de lo normal. Distraídamente me pregunto qué tipo de planta será.

Me dispongo a girar en cada esquina que me parece conveniente. En algún momento de mi caminata, me detengo y me saco los tacones que ya lastiman mis pies. Sigo andando con ellos en las manos cuando me golpeo de frente con algo. Dejo caer mis zapatos sin querer y por suerte logro mantener el equilibrio. Cuando levanto la vista, me topo con una espalda grande. El desconocido se gira y me quedo sin aliento al ver el rostro de Chris Bennett. Tiene un cigarro en la mano. Al verme, una ligera nube de humo se escapa de sus labios. Sus ojos dorados siguen siendo escrutadores.

—Disculpa. —logro decir en un balbuceo. Me inclino y tomo mis zapatos sin mirar.

—No hay problema. Espero que te fijes para la próxima. —responde. Su voz es suave y grave. Siento escalofríos al escucharla, sobre todo por la forma altiva en la que me ha respondido.

—Lo haré. —murmuro sin ganas. Sacudo la cabeza y emprendo camino de nuevo. He dado solo unos pasos cuando escucho que me llama.

—¡Espera! —grita a mi espalda. Me giro y lo veo caminar hacia mí con uno de mis zapatos. Carajo...

—Creo que ha dejado su zapatilla, cenicienta. —me mira con la ceja enarcada y yo lo imito. Su tono se ha suavizado.

—No soy cenicienta, tu si me has alcanzado para entregármela.

—Entonces es la cenicienta moderna. —etira la mano y me entrega mi zapato con una sonrisa torcida. El suave rose de sus dedos con los míos dispara una sensación de adrenalina por todo mi cuerpo. Me tenso inmediatamente.

—Gracias —respondo, intentado retener una exhalación. Rápidamente me giro y continúo caminando. Siento su pesada mirada en mi espalda. ¡Maldita sea, éste pasillo lo siento más largo que los demás!

Doy vuelta en la primera esquina que encuentro, aliviada de poder alejarme de él, luego, de nuevo giro. No entiendo cómo, pero llego fuera del laberinto. Una pequeña capa de sudor ya cubre mi frente y mi rostro. No quiero pensar más en Chris Bennett y en su ligero toque o en ese traje que abraza sus músculos escondidos debajo de la tela. Me imagino que la anterior situación hubiese sido de otra manera y si tuviese la valentía suficiente, habría arrancado su ropa para hacerlo mío ahí mismo. Pero no. Primeramente, esa parte de mí está muy enterrada, al fondo de mi mente; y en segunda, dudo mucho que él hubiese permitido que sucediera algo. Resoplo sin ánimo. Mis pensamientos están bastante alejados de la realidad.

Camino hasta un banco de piedra cercano y saco mi móvil. Llamo al Sr. Grant y éste me responde al segundo tono.

—¿Necesita algo, señorita Hamilton?

—Podría tener listo el coche ahora mismo, ¿por favor? —ruego.

—Por supuesto, ¿la veo en la entrada?

Te Pertenezco (Borrador)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora