Prólogo

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11 de octubre de 14202:22 de la mañana

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11 de octubre de 1420
2:22 de la mañana.

La fuerte sacudida que dio el cuerpo moribundo del hombre en el lecho, hizo que Reece corriera hasta la cama, y cambiara la compresa por otra más fresca. Los dientes de Stevan castañearon cuando la fría tela hizo contacto con su piel ampollada.
Su fiebre era tan alta que soltaba medias palabras aún dormido. Llevaba tres días completos delirando, y la fiebre no mermaba.

Reece sabía lo que iba a suceder, pero su corazón se negaba a aceptar y afrontar la pérdida. Probablemente él no pasaría de esa noche.

Lo escuchó gemir entre sueños, e intentó organizar una almohada en su espalda para proporcionarle mayor comodidad. Volvió a sentarse en el sillón junto a la cama, y los músculos le ardieron en protesta por el cansancio: desde que Steven había contraído la epidemia, ella misma tuvo que encargarse de todo lo relacionado con Su cuidado, y él era demasiado corpulento en comparación a su cuerpo menudo y plano. Nadie quería arriesgarse a contraer la fiebre,y la tachaban a ella de loca y suicida por quedarse cuidando a un hombre que la llevaría a la muerte también.
Pero morir era lo que menos le asustaba a Reece; no le asustaba desde que descubrió que su vida no tendría sentido si su esposo la dejaba.

Con los ojos llenos de lágrimas, miró su cuerpo en la cama, iluminado por el par de velas que colgaban en la pared cercana; las llagas y manchas rojizas en la piel morena lloraban un liquido amarillento; vio con tristeza,que su esposo había perdido por lo menos cinco kilos en los últimos días.

—Dios,  por  favor—. Empezó  a pedir, presa del pánico y miedo; mientras se  arrodillaba en  el  suelo, apoyando los  codos en el   borde de la cama—. Llévame a mí, y deja que él viva—. Suplicó en voz alta. En este punto las lágrimas ya se deslizaban por sus mejillas pálidas.—Daría cualquier cosa por salvarlo.

—Eso era lo que quería escuchar—. El aire en la habitación de volvió mortalmente pesado, y el olor a azufre inundó el lugar.
La voz fue como un relámpago: centellante y clara.

Reece dio un respingón y se puso de pies lentamente. Podía verlo; veía al hombre de pie en una esquina de la habitación, vestido completamente de negro, y cubierto por sombras que que las velas no llegaban a disipar. Era la visión más aterradora de todas.

Sintió como la piel de su nuca y brazos se erizaba, y dio un instintivo paso hacia atras, casi chocando con la cómoda.

—¿Quién es usted?— Soltó, con apenas el aire suficiente.

El hombre curvó los labios en una sonrisa de dientes brillantes, y Reece creyó que se le helaba la sangre.

—Soy tu salvador—dijo  como  en  un ronroneo largo y suave, saliendo  de  las sombras—.Vengo a cumplir tus deseos.


Vengo a cumplir tus deseos

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Mi Alma Por Un BesoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora