RESACA

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Hoy desperté a las cuatro de la mañana. La madrugada se coló bajo mis sábanas y puso su mano fría en mi espalda. El sobresalto me hizo abrir los ojos y, con pesar, noté el palpitar que amenazaba con hacer explotar mi cabeza.

Busqué en mis recuerdos de la noche anterior a la posible culpable. ¿Habría sido la última cerveza? Quizá la penúltima, aquella que nubló un poco mi vista y enredó mi lengua al pronunciar tu nombre. ¡Esa maldita idea de adormecer al corazón anoche me pareció brillante!

Quería darle un empujoncito al olvido, acelerar el proceso que hace el tiempo y, entonces, sacarme de una vez por todas las ansias locas de buscarte, de llamarte, de siquiera tentarte con la promesa de un amor que ya no va, que se ha desgastado precisamente a fuerza de buscarte y no encontrarte.

Los amigos pusieron ante mí la suave promesa del alivio, fue efímero, lo sé, aunque por un momento todo me pareció que iba viento en popa, creo que hasta reí a carcajadas y no hubo llanto ni lamentaciones, bueno, tal vez sólo una lágrima.

Pero llegó la madrugada y su fría mano recorrió mi espalda, me desperté de golpe y la realidad sin miramientos me dio una bofetada. Tú seguías ausente, el dolor de tu partida estaba intacto y para colmo tuve que lidiar con la resaca.

Una historia de desAMORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora