Te encontraré

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  —¡Héctor! ¡Déjame salir, esto ya no es gracioso! Bueno... Nunca lo fue ¡Pero déjame salir! —Exclamé mientras le daba portazos a la puerta.

Habían pasado tres horas, tenía sed, hambre y ganas de ir al baño... hasta que por fín abrió la puerta.

  —Deja de dar portazos, te vas a hacer daño en las manos —Respondió Héctor preocupado.

  —¿Te preocupas por que no me dañe mis nudillos pero no por dejarme sin comer ni beber? —Respondí furiosa.

Héctor me miró como si hubiera dicho la mayor tontería del mundo y salió de la habitación un segundo y luego volvió con una bandeja llena de comida y bebida, que la dejó en el suelo para acercarse a mí.

 —Idiota, solo vine para decirte que te iba a traer la cena. ¿Crees que voy a dejar que mueras de hambre? ¡Te necesito!—Respondió en un tono alto.

¿Me necesita? ¡Si ni siquiera me conoce!

  —¿Para qué me necesitas exáctamente? —Pregunté con curiosidad.

Hector miró a su alrededor y se pasó la mano por su frente repetidas veces, como si estuviera nervioso. Me pasó su brazo por mi cuello y me atrajo a él.

  —Desde que te ví lo supe. Eres Connie, mi querida Connie, reencarnada en tí para volver a mí de nuevo. Pero ahora no lo sabes, ¡Sabía que volverías, cariño! —Respondió feliz, pero su cara era de demencia.

  —¿Connie? ¿Quien es esa? —Pregunté estupefacta.

Él se rió como si lo que le estuviera diciendo fuera un chiste.

  —¡Está por todo el cuarto! ¿Acaso no te diste cuenta? Ella era mi mujer hasta que hace veinte años la perdí en un accidente de tráfico. Tuve depresión por cinco años, no salía de mi casa, no comía, apenas dormía... Me echaron del trabajo por no aparecer ¡Lo perdí todo! Hasta que un día apareció delante de mí mi queridísima mujer diciendo que ella vendría a visitarme pronto y que volveríamos a ser felices. Eso fue por lo que me metí en el mundo de las drogas y así conseguir dinero para cuando volvieras, no te faltara de nada. Y cuando te ví... —Comenzó a llorar—Sabía que era Connie, reencarnada en tí...

La información llegaba rápidamente a mi cabeza, junto con todo lo que había pasado y ahora todo me cuadraba. La perdió hace veinte años, entonces ¿Qué edad tiene ahora? Si parece solo un poco más mayor que yo.

Me abrazó y sentía que me asfixiaba por lo que lo aparté de mi lado y éste me miró triste.

  —Puedo preguntarte... ¿Qué edad tienes?

 —Tengo cuarenta. —Respondió y me dejó en shock. Esto parecía una broma. 

  —Pero...

 —¡Basta de preguntas, cariño! Cena, que no quiero que te mueras de hambre—Respondió para después acercarse a mí y darme un beso en la mejilla.

  —¡Héctor! ¿Y no me dejarías salir? —Pregunté en tono de súplica.

  —Aún no. Todavía estás en proceso de recordarlo todo y no quiero que te escapes —Respondió y cerró la puerta.

Este hombre está loco... ¡Está loco! Tengo que salir de aquí como sea, ¿Pero cómo? No hay ventanas ni nada para derribar la puerta.

Me deslicé por la pared hasta llegar al suelo y comencé a llorar.

Estúpido Hoodie. Por su culpa estoy metida en esto. Bueno, ¿A quién intento engañar? La culpa es mía que me obsesioné tanto por gustarle que sus palabras me hirieron y como una niña pequeña me escapé de la cabaña. La culpa solamente es mía.

Encapuchado『Hoodie』Donde viven las historias. Descúbrelo ahora