Capítulo: 7

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Como una madre a lado de su hija, las dos rubias se pasaron las horas viendo televisión, películas, comiendo palomitas, dibujando, leyendo, cantando, bailando y platicando, primordialmente de deseos, gustos e inquietudes. Empero y aprovechándose de que Ely Baker apareció por la habitación, Candy White se despidió de Susy para ir a la suya. Ahí durmió por un rato. Después se levantó para ir al baño, asearse y vestirse cómodamente.

Acordándose de que unos contratos pronto a vencer la esperaban en la oficina, no importando la hora que se marcaba en un reloj, ella bajó a atenderlos.

Él, por su parte, batallaba para zafarse de la trigueña; y es que ésta con medio mundo y como presunto novio ya lo había presentado. Sin embargo y gracias a Maurice Thompson quien lo invitó a disfrutar afuera de un poco del fresco y gozar de un tabaco, Thierry vio la luz y tomó ventaja de ella para salir de ahí y correr hacia la residencia White.

La construcción se divisaba parcialmente alumbrada. También el lugar que se buscaba. Y por ende allá él se dirigió; eso sí, con precaución y sigilo para no ser descubierto debido a la indicación de no andar rondando por áreas no autorizadas después de cierta hora de la noche.

En caso de que fuera pillado, Granchester lo lamentaría pero él tenía una cita con la ocupante del despacho la cual se miraba sumamente entretenida en su actividad, sólo que ésta la realizaba acostada y de lado en el sofá.

Lo sumamente corto de su prenda de vestir dejaba a la vista sus torneadas piernas. Una de ellas, la derecha, se flexionaba al estar acariciándose con el pie derecho, de arriba hacia abajo, la pantorrilla izquierda.

Al dejar su pie en la rodilla, Candy levantó el brazo derecho. Casi enseguida lo flexionó; su mano la posó en la cabeza y sus dedos comenzaron a jugar con sus dorados rizos.

El documento que sostenía en la otra mano, tenía toda su atención; y por lo mismo, brincaría al sentir el dorso de su mano besado. La húmeda y grata sensación consiguió que ella dejara la lectura, bajara su mano y le dijera al escurridizo visitante:

– Creí que no te veríamos sino hasta mañana.

– ¿Por qué? – Thierry frunció el ceño.

– ¿Belle Montessori? – la nombró ella en el momento de empezar a enderezarse. Él extendió una mano para ayudarle a quedar sentada.

– Tenía más invitados por atender.

– ¡Seguro! – exclamaron sardónicamente.

Viéndola ponerse de pie, Granchester inquiría:

– ¿No me crees?

– A no ser que haya cambiado de parecer durante el día, cuando a mí –, White caminó hacia su escritorio para dejar su documento, – al contestarle el teléfono me dejó muy en claro sus intenciones para contigo. ¡Pobre! – Candy se giró para ir a él y burlarse: – segunda vez que la dejas plantada. Por lo menos –, ella colocó sus manos en el pecho de él; las deslizó hacia sus hombros; y apoyándose de ellos se levantó de puntitas para pasar su lengua sobre sus labios y después preguntarle: – ¿le dejaste el consuelo de un beso tuyo? – ella ya le proporcionaba uno por demás incitador, donde en un espacio se aprovechó para contestar:

– No –. Thierry miró la boca que se alejaba de la suya y pronunciaba:

– ¿Y eso? –. Candy lo tomó de la mano para guiarlo al sofá. – La chica es para nada fea.

– Simplemente –, él ocupó asiento, – no me nació hacerlo.

– Ni tampoco decirle –, la rubia encima de él y sensualmente se montaría, – ¿que no estás interesado?

Imposible no soñar contigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora