Capítulo: 14

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La noche era bastante húmeda, plus el pésimo humor que se cargaba, eran dos factores que hicieron que Thierry, conforme caminaba por el angosto muelle de madera, se quitara la camisa. Echada ésta al hombro, él llegó hasta la orilla. Ahí, posó sus ojos en las oscuras aguas del bayou que esporádicamente burbujeaba debido a los peces que nadaban por debajo.

La luna blanca distorsionada fue otra cosa que Granchester pudo mirar en esa dirección. Sin embargo, al escuchar unas lejanas risas, hacia allá se dispuso a ver. Ciertamente en una distancia, venía un bote. Dos linternas guiaban un camino. Los tres ocupantes eran jóvenes que alentaban a otro a seguir nadando hasta alcanzarlos.

En eso y desde la carretera se oyó el sonido de una patrulla. Con un megáfono, el policía vigilante les pedía sacar al que yacía en las aguas y después salir de ahí.

Notoriamente molesto, Thierry se dio la vuelta para regresar por el muelle e ir a casa. Ésta continuaba en la espera de ella.

Verificado que auto no circulara por la carretera de asfalto, el hombre fue a sentarse en el tercer peldaño de cuatro de la escalera unida al porche frontal de la vivienda. En el suelo, sus talones comenzaron a moverse. Los nervios o el enojo lo hacían hacerlo incesantemente.

Para calmarse, él inclinó el torso hacia el frente, colocó sus codos en las rodillas y agachó la cabeza. Dentro de ella se negaba a pensar, sobretodo que lo hubiera dejado plantado. Las dos de la mañana ya casi iban a dar y Candy...

Por supuesto que la propuesta de Archie Brown era tentadora. Con un hombre como él también iba a ser divertido estar. Sin embargo... ¿de qué le había servido deshacerse de Belle?

Entonces la rubia, con sutil coquetería diría no pero tampoco sí. Un par de copas más y otro rato a su lado sería suficiente. No obstante, al involucrarse temas de negocios el tiempo se pasó sin que pudiera haberse dado cuenta. Cuando así fue, fue precisamente porque su hermano Ángelo le mostró su reloj de pulsera. Él debía visitar el bar y recibir las ganancias del día.

Despedidos, los hermanos Pastrana salieron del lugar para abordar su auto. El encargado del bar, sin pedirlo siquiera, ya la conducía a casa. Entonces Candy...

– Desvíate hacia el local; y de ahí yo me voy.

– Ya es tarde – le observaron.

– Estaré bien. Te lo prometo.

– Como gustes – contestó el hermano; y hacia el punto sugerido se dirigió.

Allá, el conductor dejó su asiento para descender e ir a ayudarle a su hermana. Afuera y conforme le sostenía de las manos...

– Estoy totalmente sobria – dijo Candy al sentir el análisis de su parentela.

– Y por lo mismo que lo estás, me atrevo a decirte... ten mucho cuidado con lo que haces.

Sonriente, la rubia guiñó un ojo. Después se acercó a dejar un beso en la mejilla. Luego se soltó para ir y ser la chofer de su propio vehículo. Puesto en marcha y con un adiós de mano, Candy se dispuso ir en otra vereda.

La tranquilidad de la carretera, le dio tiempo de deshacerse del peinado que Ely Baker le hiciera. Del maquillaje también se encargó. Tomó una perfumada servilleta de papel de un compartimento y tras el espejo retrovisor quitó colorete de sus mejillas y un poco de labial.

Mojándose los labios y un último vistazo en el espejo acomodándose el cabello, la rubia continuó manejando. Debía enfocarse porque hasta cierto punto conocía la carretera. Hacía mucho tiempo que le había ayudado a su ama de llaves conseguir la vivienda que... no recordaba con exactitud la dirección.

Imposible no soñar contigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora