Capítulo 18: FINAL

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A pesar de sus trece años de edad, al desaparecido Andrew le había dado un lugar muy importante en su vida. Saberlo perdido –y con él: su alegría, su ilusión, su amor– le hubo cambiado la existencia. Y por lo mismo, era verdad. A todos en el pueblo comenzó a odiar. No podía ver a sus vecinos, ya que en sus rostros aparecía su asesino. Y antes de que ella se convirtiera en su vengadora, Candy Pastrana optó por dejar su residencia natal.

Sin embargo, toda aquella obsesión que creyó dejaría atrás en el momento de huir, lo llevó consigo misma; y ya no sólo los adultos eran sus enemigos sino jóvenes a los cuales burló, humilló y aterrorizó con sus increíbles maneras de actuar. Las mismas –y añadiéndole las astutas– que utilizara para asegurar primero un empleo en las artes teatrales de las que fuera parte; después... el dinero de aquel reconocido productor musical que pasara, de ser su jefe, a su esposo y padre de su hija. Una que concibió no queriéndolo por ser también un "hombre", empero el señor White hubo sido atento, sincero y un buen amante que supo tratarla con delicadeza y con todos los cuidados al saber que en camino venía: Susy, chiquilla que no conoció a su progenitor el cual hubo fallecido dentro del lapso de su gestación y que heredara de él sus enfermedades, por las cuales no se le había diagnosticado larga vida. Entonces, consciente de que ese funesto día tarde o temprano iba a llegar pero no así...

Luego de ponerse a cantar o reír de lo que había en su trastornada mente, Candy se puso de pie; y del stand más próximo tomó una toalla para ponerla encima de la joven fallecida y salir del baño.

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La promesa de estar cerca por cualquier cosa que necesitare, tenía una distancia de cinco metros. Muy próximo de la puerta del baño –en la habitación de Susy– Thierry se había quedado, sorprendiéndole que en ningún instante de los muchos que permaneciera ahí la escuchara flaquear. Al contrario, de pronto y por breve la oyó cantar de lo más serena y también reírse. ¿Interpretarlo como muestra de dolor? Éste tal parecía que estaba muy lejos de sentirse. Y si sí, una muerte la estaban tomando demasiado bien.

Quien no, era Eli Baker quien había perdido el conocimiento en el lugar en que un hijo hubo dejado a su madre, siendo Doris y Cynthia las encargadas de atenderla. Sin embargo, lo dejarían de hacer para prestar una atención.

El hermano Pastrana había ido a meterse a un despacho para realizar unas llamadas y unos documentos. Con estos últimos en la mano salió para ir a plantarse frente a ellas y decirles:

– Tomen estos cheques – y se los extendió.

Por supuesto, las dos conscientes empleadas se miraron alarmantemente sorprendidas. Y sería Doris la primera en preguntar:

– Cheques... ¿para qué o... por qué?

– Están todos despedidos. Recíbanlos y hagan el favor de salir de esta casa.

– ¡Pero...! – respingó Cynthia quien reconocía que... si Candy tenía modos prepotentes, los de su hermano no distaban mucho; ya que con su última orden y al no atender su entrega, Ángelo les aventó los documentos; y ellas, de lo impactadas que seguían, francamente no sabían qué hacer: si levantarlos e irse como se les había indicado o intentar preguntárselo directamente a la señora White que...

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Thierry tocaba la punta de un peluche que yacía encima de un mueble cuando detrás de él oyó el abrir de la puerta. Bajo su umbral apareció Candy y se detuvo para mirarlo, eso sí, fríamente y recordarle:

– Te pedí que me dejaras sola.

– Lo siento. No pude –, ni terminar su oración porque la rubia White, ignorándola, se encaminó hacia otra puerta. La de la salida, donde se pararía para indicarle con la simple cabeza que saliera de la recámara de Susy.

Imposible no soñar contigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora