Capítulo: 9

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Ninguno de los dos negaba que como estaban, compenetrados el uno con el otro y en un rítmico vaivén, se sentían bien. Sin embargo, de un increíble movimiento, las posiciones cambiaron. Ella así lo hizo para ponerle fin a su tercero encuentro. La velocidad que emplearía en sus movimientos no sólo iba a conseguir el estallido de su propio orgasmo sino el de él también que no pudo contener un grueso gemido extasiado. El de la fémina neciamente se reservó; empero aún así el hombre la podía ver con rostro sumamente sonriente y su sensual desnudo cuerpo disfrutando de la calidez que desprendía.

Vacía y sin señal de agotamiento alguno, Candy puso sus manos en el abdomen vecino y levantó la cadera para deshacerse de la virilidad que había estado en su femineidad y bajarse al suelo. No obstante al dar el primero paso hacia el baño que era su destino, se llevó las manos a la cabeza. Ahí, en sus oídos y en su corazón los latidos se seguían latiendo con fuerza.

– ¡Diablos! – despotricó para sí.

A su movimiento mareado, Thierry, todavía bajo los efectos del erótico momento, se puso de pie. A ella fue, metiendo sus manos por el talle femenino, uniéndolas al frente y dejándolas encima de su plano vientre.

La boca de él iba a posarse en el oído izquierdo de ella quien no le permitió decir nada porque diría:

– Ya estoy bien – y dio el segundo paso, el tercero, el cuarto y se metió al privado.

Thierry volvió a la cama; y acostado sobre de ello en dos cosas se dedicó a pensar. Una, de lo testaruda que era; y dos...

– ¿Por qué me evitas? – lo preguntó en el instante de verla salir envuelta en una toalla.

– ¿Lo hago? – Candy re cuestionó no entendiendo el verdadero significado de su pregunta.

– Sí.

– ¿Cómo? – indagó ella la cual fue a sentarse a su lado.

– No dejando que –, el dedo índice de Granchester, zigzagueó en el aire, – llegue hasta ti.

– ¿Ese –, White lo imitó, – me imagino es tu esperma tratando de alcanzar mi óvulo?

– Exacto.

– ¿Y qué harías con un hijo?

Mostrando lo aburrido que le parecía el tema, Candy se puso de pie para ir adonde sus ropas. Thierry lo notó y se enderezó para indagar:

– ¿No te gustaría tenerlo?

– Confórmate con que me has tenido a mí; y como así ha sido... será mejor que nos vayamos.

= . =

El plato de sopa que se sostenía en una mano, tuvo que ser dejado en el buró más próximo para sentarse y levantar la cabeza del hombre que yacía en cama.

– No me trates como si estuviera tan mal –. El ser que tenía su boca de lado hubo balbuceado.

– ¿Tienes ánimos para dejar la cama entonces?

– Si me ayudas –, se estiró una sana mano, – podré lograrlo y comer por mi propia cuenta.

– Está bien.

La madre de Candy White auxilió a su marido. Sentado en el borde de la cama, él alargó su mano hasta el plato. La cuchara que se agarrara se percató temblorosa. Y al meterla en la sopa, de ésta nada llegaría a su destino.

– ¿Ahora ves lo mal que estás? –, la señora Pastrana quitó el cubierto plateado para hacerse cargo.

– No me regañes, mujer.

Imposible no soñar contigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora