Capítulo: 3

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Thierry Granchester juraba que Candy White ya tenía tiempo de haberse ido. Sin embargo, él todavía percibía en sus labios los de ella la cual dijo antes de marcharse:

Gracias.

Sin ninguna prisa, la rubia mujer hubo emprendido el camino hacia el interior de la casa. Allí, en el largo sofá de la sala, estaba Ely aguardándole un tanto adormitada. No obstante el ruido de un portazo la despertó.

Divisada la empapada patrona, la empleada se puso de pie para preguntarle de ipso facto:

– ¿Qué le ha pasado?

– ¡¿Cuántas veces he dicho que en el momento que la maldita alberca dejé de usarse le pasen la inútil cubierta encima?!

– Señora, yo ignoraba que estuviera... descubierta – la última palabra de Ely la dijo para sí misma.

Candy ya iba escaleras arriba y despotricando otras más. Enfurecida, llegó a su habitación; y de nuevo así, enfurecida, dio otro portazo, no sabiendo de ella, empleados y parentela, lo que sería día y medio.

Dentro de ese tiempo...

Thierry, salido de su propio letargo, se condujo al cuarto de servicio otorgado. Allá cambió sus ropas mojadas por unas secas e ingresó a la cama. Su madre dormiría a lado de Susy quien espantada y enderezada sobre su lecho, preguntó por el ruido escuchado.

Informado como un mal momento por parte de su tía, la sobrina retomó su descanso, porque a la mañana siguiente...

– Ely, ¿hablaste con tu hijo?

La señora Baker, conforme alistaba la ropa de la jovencita, respondía:

– No, no he tenido oportunidad de hacerlo.

– Trata de hablarlo con él hoy mismo, ¿si?

– Claro, Susy, lo haré. Ahora, empieza con tu arreglo, mientras yo bajo a la cocina para ordenar te preparen el desayuno.

– ¿Crees que Thierry guste acompañarme?

Por supuesto que no. Primero porque ignoraban el humor con que la patrona se levantaría y segundo... la negativa de él quien excusó tener mucho trabajo y tampoco abandonó su habitación para llenar inventivamente infinidad de notas de remisión y facturas proporcionadas por Carl Chart y así Thierry meterlas en la contabilidad de la rubia Candy White.

Cuando ella decidió dejar su propio enclaustramiento, luego de pasadas 36 horas, se le vio finalmente por un corredor. Al final de éste se divisó hacia a la parte baja. En la sala estaba su sobrina y dibujaba.

Desde arriba Candy no podía ver qué justamente la tenía tan entretenida. Entonces para saciar la curiosidad, la tía empezó su descenso, distinguiendo a media escalera la humanidad nuevamente bien vestida del hijo de Ely el cual salía de su despacho; y que al percatarse de ella, él se dirigió a la escalera y desde su inicio la saludaría:

– Buen día, señora.

– Qué tal –, respuesta más seca no pudieron dar.

Susy en el momento de escuchar la varonil voz abandonó su actividad para decir con alegría:

– ¡Tía! –. Dejados cuaderno y lápiz, la jovencita fue hasta la aparecida también. Sólo que a la rubia sobrina sí le regalaron una sonrisa y le permitieron un abrazo y un beso. – ¿Cómo te sientes?

– Muy bien – contestaron.

– Me da gusto.

– Sí, claro –. Arribado piso firme, se decía: – Ahora si me disculpas... voy a integrarme a mi trabajo.

Imposible no soñar contigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora