Capítulo: Intro

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Mamá ya había llamado a todos a comer. Mis cuatro hermanos y yo ya ocupábamos la mesa de comedor en la espera del jefe de nuestra familia. Debido a su tardanza, mi madre fue hasta el pie de la escalera para volver a gritar:

– ¡Rupert, la comida ya está servida!

Por supuesto que era mentira, porque ella nunca servía sino hasta que nos viera a todos reunidos, no importándole que Ruth pellizcara el pan horneado que olía delicioso. O que Pietro ya se hubiera echado encima la bebida colorante sabor fresa. O que Ángelo y Dimitri se estuvieran peleando a jalones una máscara de un viejo luchador, tirando con ello el ganador, el vaso que se estrellaría y haría pedazos en la duela de madera.

Del ruido mamá corrió a levantarlo, manoteando simplemente a mi hermano y prohibiéndole bajarse de la silla para evitarle cortaduras.

Las campanadas que dio un reloj, a mí me hicieron decir:

– Mamá, tengo hambre.

– Candy, por favor, espera a que baje tu padre.

Porque sabía que él aún tardaría le grité:

– ¡Papá, ya es hora de comer! ¡Además, debo llegar temprano a mi clase!

– Ya casi estoy aquí, impaciente señorita – me contestó un hombre de delgada complexión, baja estatura y pelona pero de un corazón enorme. Sus consejos eran buenos, lo mismo que sus reclamos.

– Cariño, la sopa se enfría – le hubo dicho mamá ya yendo en dirección a la estufa para tomar la cacerola.

– Lo siento, querida. Unas cuentas no me salían.

– Cuando empiece la secundaria, voy a elegir un taller con el cual pueda ayudarte con los números, papá.

– Linda, agradezco tu consternación, pero más me gustará que escojas algo que verdaderamente te guste.

Amorosamente me hubo dicho mi padre que se inclinó para darme un beso en la cabeza. Su plato fue el primero en ser servido. El mío el segundo; y en cuanto la sopa estuvo ahí tomé la cuchara y comencé a comer, mejor dicho, a devorar; y es que... me urgía ir a mi habitación; y no precisamente para ir por mis útiles escolares al estar asistiendo a un curso de verano sino... para verlo a él. Un hombre para mí verdaderamente interesante; y que si no me apuraba, se iría. Así que... agarré el plato y no importándome el regaño de mi madre, una orilla la puse en mi boca y la bebí así.

– Candy, qué modos, hija.

– Lo siento, mamá – le respondí, – pero de verdad se me hace tarde –. Dejé el plato, apenas me limpié la boca y me paré para echarme a correr escaleras arriba.

Los de abajo escuchaban claramente mis acelerados y pesados pasos debido a lo tosco de mis zapatos, al igual que el portazo de mi habitación.

Por dentro le pasé seguro a la puerta para estar segura de que nadie descubriera mi secreto. Debajo de mi cama guardaba una caja; y dentro de ella tenía un par de mira-lejos, una libreta que hice yo misma con las hojas de otros cuadernos, cosiéndolas con hilos estambres y estampitas en las portadas de todo tipo de formas, corazones principalmente.

Con todo eso me dirigí al baño. Bajé la tapa del excusado y me subí. Sosteniendo en una mano mis artículos, con la otra abrí la ventana. Ésta daba justo a la parte de atrás de otra casa vecina donde él vivía. Pero tenía un hábito muy raro. En el patio trasero y encima del pasto muy mal cuidado había un bidón de color azul. Y así hiciera frío o calor, él, usando únicamente bóxer, salía a mojarse con esa agua.

Era una rutina diaria que realizaba y yo desde que la descubrí, no dejaba de admirarlo porque el hombre era sumamente guapo, fornido, pero eso sí... bastante solitario. Bueno... era un decir, porque Toñito, mi compañero de clase me había dicho que por las noches se le veía pasear con mujeres, preferentemente aquellas que tenían dinero.

Imposible no soñar contigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora