Capítulo 3

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En un cuarto ordenado y
ventanas cubiertas con sábanas azul oscuro, el luto de la muerte de Susan, energizaba aquél espacio con pena y dolor.

Ann observó las expresiones de Hammer al despertar. Se sentía contagiada de angustia, y aterrorizada, prefirió no preguntar sobre aquel sueño; pues ella entendía que los sueños son ciertas interpretaciones de la vida real y cotidiana, por ello prefirió tragarse sus palabras en forma de nudo y preocupación.

Mientras trataba de acercarse con prudencia a su hijo, dio tres pasos y medio, y se sentó en la orilla de su cama de madera de roble, tal como lo hacía hace muchos años, cuando Hammer tan solo tenía siete años de edad.

Ann siempre solía decir:" Si tienes algo que hacer ahora, ¡hazlo!, Antes de que las sombras te roben tus triunfos".
Su madre con su voz dulce y llena de juventud, leía a Hammer un cuento fantástico, donde el caballero cuidador de un inmenso jardín de un castillo de una monarquía, observaba a la hija mayor de la reina cada vez que asomaba su rostro por la ventana, mientras aquella mujer llamada Glendora observaba al horizonte esperando que el sol se escondiera, para poder lucirse junto a la noche; una vez que salía al mar más cercano a disfrutar de aquel ambiente que, sencillamente, hubiese podido encajar en una pintura sujeta al realismo mágico; donde de una manera fácil, hubiese podido crear alucinaciones y aumentar el ritmo cardíaco a todo aquel individuo que padeciera del
<<Estrés del viajero>>

Gracias al cielo, este caballero no padecía tal enfermedad, lo que hacía que se pudiera tener una concentración indefinida por la seguridad de Glendora.

Mientras Glendora jugaba en el mar, el caballero cuidador entraba en un estado de trance que le causaba sueño, y sentía que a través de los minutos, cerraba sus ojos, perdiendo la conciencia.

Pero de pronto... El caballero recostado sobre un majestuoso árbol de hojas rojas que caían, lentamente, en su armadura; se daba cuenta en la vista de el mar, que Glendora estaba siendo arrastrada, de los pies, por un hombre desconocido, muy alto y fuerte, como sí hubiese acabado de salir de la celda del castigo, donde suelen decapitarlos al crear una sobrepoblación determinada.

El caballero sin pensarlo, corrió para defender a Glendora, que estaba asustada y atemorizada.

Cada vez que el caballero se acercaba para salvarla, se aceleraban las palpitaciones de su corazón. Y En medio de un ataque de pensamientos, empujó, entre una fuerte descarga de adrenalina, a aquél hombre que estaba secuestrando a Glendora,

cayendo al suelo al mismo tiempo que ella quedaba en estado de shock sobre la arena.

El secuestrador reaccionó de una forma ágil, a tal punto, que el caballero al no esperar de ninguna forma esa determinación, retrocedió algunos pasos hacia atrás, sacando, hábilmente, su espada Vlfbrht, hecha de un tipo de acero reforzado, que no se volvería a ver en Europa hasta la Revolución Industrial; un gran regalo de el padre de Glendora.

— Qué mejor que estrenarla defendiendo la vida de Glendora—Pensó él.
Pero para tal momento, ya era muy tarde. El tiempo cobraba su precio, consumiéndose mientras él sacaba la espada de noventa centímetros, en provecho a gusto del secuestrador; a su Daga Jambiya, con hoja curva, de origen árabe y con unos quince centímetros, la empuñó en su mano, alzándola con todas sus ganas inquietas, y aterrizándola, enfermizamente, en el cuello de el caballero, y en la más sumisa oportunidad, el secuestrador tomaba los rasgos del dominante, haciendo sentir al caballero cómo una persona dócil, que sólo podía caer de rodillas, en un estremecimiento físico.

El secuestrador desabrochó la armadura de éste caballero, tan fácil y rápido, cómo si ya lo hubiese hecho antes; y para no ser necesario, no satisfecho, dio un golpe en su hombro, en forma de un tipo de honor mediocre. Recorriendo su pecho con la daga mientras lo veía desangrándose.

Éste hombre se iba a ir con satisfacción, llevándose a Glendora pero... El caballero sabía que no podía dejar a Glendora en manos de cualquier desconocido; y menos, sí se trataba de un secuestrador. Él pensó en cada día de su vida. En las interminables ganas de despertar y hacer lo que más adoraba, y pensó que todas aquellas cosas que había logrado juntar... No podían terminar de una manera cobarde.

Mirando a los ojos de Glendora, mientras lloraba sobre su piel pálida, y su cabello arrastrándose en la arena, el caballero pudo así sacar fuerzas de donde no había, ni había tenido alguna vez en su vida; con valentía y coraje, sus emociones y sentimientos pertenecientes a Glendora, actuaron en definitiva sobre él. Esos sentimientos agonizantes, junto a la imagen de su hermano en medio de un entrenamiento diciéndole "¡¿No seas marica, levántate ahora mismo, esta vida es para los ganadores, me escuchaste?!". Actuó en un momento repentino, empuñando su espada y olvidándose de cualquier herida física.

—Ven acá si tienes cojones suficientes — Dijo el caballero con voz ronca, mientras el hombre secuestrador volteaba para comprobar si era necesario asegurarse sobre otra apuñalada en su cuello, o quizá, donde más le doliera a éste.

Pero para tal momento de comprobación, el secuestrador pudo sentir en medio de sus entrañas, el filo que penetraba su pecho, y atravesaba, de una forma inquietante, su espalda.

Sentía la desgracia derrota, cómo si la frustración se apoderase de todos sus sentidos y lo devoraran en forma que se sintiera cómo aquel triste y mediocre perdedor. logró caer acostado en la arena, quedando boca abajo, saboreando el insípido sabor a tierra.

El caballero cayó de rodillas, había perdido demasiada sangre como para mantenerse de pie.

Sentía escalofríos. Su último deseo fue mirar a los ojos de Glendora, darle un beso en su frente durante el tiempo en que moría, no sólo de manera lenta y tranquila, si no que también valientemente honorable, mientras su sangre recorría la arena, mezclándose con el mar tibio y arrullador.

Y finalmente, Hammer recordó esa historia por un motivo secreto. Más allá de recordar una simple historia de amor trágico que posesionaba su vida, era... Una cosa totalmente inimaginable.

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