Capítulo 32

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- Estás en tu casa Coralie. Ahora entra y afronta a tus padres.


Cristopher dijo Adiós y apretó sus labios antes de dar media vuelta.


- ¡Espera!- Gritó Coralie.


Cristopher, entonces, dio media vuelta a la izquierda y miró a los ojos de Coralie guardando silencio.


- Serás un ave junto a mí, ¿Verdad?- Preguntó Coralie inclinando su rostro.


- Tranquila, Coralie. No lo olvidaré


- ¿Seguro?


- Bueno. A no ser que tus padres te lleven al otro lado del mundo para alejarte de mí, puede cambiar la cosa-Se echó a reír de forma burlona.


- Ja-Ja, No me da risa...


Coralie cruzó sus brazos y colocó un gesto de indiferencia.


- ¿Qué?, Hay que bromear con lo que sabemos que no pasará


- Tienes razón, por eso no les perdonaría si eso llegase a ocurrir. Por lo menos en mis sueños.


- Yo iría a rescatarte estés donde estés


- Gracias, Cristopher- Dijo terminando con una pequeña sonrisa que se ocultaba en sus labios.


- Es hora de que entres. Nos vemos en la escuela.


Se despidieron sin roce alguno, y Cristopher se dispuso para encontrar el camino más cercano que lo llevara a su casa.




Cristopher llegó corriendo a la avenida después de haber encontrado un atajo. Llegó por la parte trasera de las casas que se encontraban enfrente de la casa Rolvsson. Era un lugar apestoso, con demasiada maleza y con escombros; al parecer nadie, absolutamente nadie había pasado por ese lugar en años.


Cristopher dio pasos largos teniendo cuidado con qué se topaba en el suelo.


Subió por un muro gris y áspero que separaba ese lugar sucio con las casas. Al saltar, sacudió su suéter gris, y escuchó un sonido que estaba cerca; un sonido que era el de un encendedor cuando se intenta encender de forma repetitiva.


Cristopher dio tres pasos lentos y asomó su rostro sobre una valla que cubría un lugar muy antiguo y olvidado; y lo primero que vio, fue fuego resplandeciendo ese pequeño lugar redondo.


Se despertó la curiosidad en él, así que decidió mirar más de cerca. Puso sus pies en las ramas de un árbol; y vio a un hombre vestido con una toga negra y una cruz boca abajo dibujada en ella, su rostro estaba cubierto por el gorro que traía la toga, y su actitud era como la de un adolescente pensando, de una forma depresiva, <<Que no todo lo importante está hecho para entrar por sus oídos; que no todas las cosas alegres están hechas para sacarle una sonrisa, como también, las personas que ama no están hechas para entrar a su corazón>>


Cristopher guardó discreción. Pero sin embargo, la curiosidad lo atacaba cada vez más y más, y cada vez... Con más fuerza.


Ese hombre tomó en sus manos una fotografía que se encontraba en el bolsillo interno de su toga. La apreció por un breve momento con caricias frías y lentas; y finalmente, la tiró al fuego, donde alimentaba la llamarada y se convertía en humo serpenteante que se encerraba en ese lugar.


Cristopher seguía guardando discreción pero se sorprendió cuando ese hombre se arrodilló y tomó una daga que escondía en su toga, y la utilizó para cortarse en su mano.


Cristopher tuvo un sobresalto y comenzó a entumecerse en la rama donde se empezaba a sentir incómodo.


Para entonces, Cristopher había sacado a ese hombre del contexto adolescente. Las circunstancias lo llevaban más allá; los comportamientos sensibles actuaban con conciencia y entendimiento. Ese hombre sabía lo que hacía. Ya no aparentaba ser un joven frustrado por ser un "misógino precoz" con la indeterminación e inseguridad arrastrándose por sus pies. Más bien, empezaba a parecer un filósofo, en su sano juicio, que recién reflexiona como el mundo es egoísta, arrebatador y frustrante; y cómo se aprovecha de la desnudez del hombre para lanzarle una espada a los pies, pidiendo en silencio que venza, solo, al mundo sin un escudo que lo respalde.


Ese hombre salpicó de su propia sangre un abrigo blanco y hecho de lana. Lo tomó con sus dos manos, lo aspiro profundamente y luego lo tiró al fuego, al igual, que la fotografía.


Seguía saliendo sangre de su mano, y Cristopher empezó a temblar abruptamente. Inconsciente, se balanceó sobre esa rama y cayeron varias hojas sobre la hoguera. Entonces, ese hombre se destranquilizó y miró al árbol donde se encontraba Cristopher balanceándose.


Cristopher sintió que ese hombre lo iba a descubrir. Pero no fue así; ese hombre se marchó por un momento como si estuviese frustrado.


Al irse, Cristopher encontró el camino para bajar con rapidez y salir de ese lugar de una vez por todas.


Por un momento pudo sentir la adrenalina que consumía su cuerpo. Al estar cerca de la valla, volteó atrás, y en el suelo se encontraba el encendedor. Que de hecho, era muy sofisticado. Era de color dorado y tenía dibujado una torre Eiffel sobre él.


Cristopher no tocó el encendedor pero si guardó en su mente la descripción que éste contenía.


Salió de prisa, y cruzó la calle para llegar a la puerta principal de su casa. ¿Qué me está ocurriendo?, Se preguntó al verse apunto de tocar a la puerta. Se devolvió y se dirigió hacia la parte trasera de la casa para entrar por la ventana de su cuarto.







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