Capítulo 23

11 5 0
                                    


Se desembocaba el pánico, y los pasos de Cristopher y de Coralie se entorpecían. La respiración en Cristopher se intensificaba, y el cuerpo de Coralie se entumecía mientras su corazón latía con violencia. Sus miradas se sensibilizaron al ver un par de ojos sin vida que se ubicaba ante ellos; eran unos ojos cafés, con mirada pérdida perteneciente a una bella mujer sobre una camilla. Había sido víctima de torturas, y por consiguiente, había sido asesinada a sangre fría sin guardar rastros de su victimario, que para entonces, había salido por la puerta principal después de organizar para que todo se acomodase perfectamente a una escena de terror.

La mujer era joven; tenía una hija de ocho años. Su vida era hermosa y feliz antes de que el filo de la daga del "hombre misterioso" la sorprendiera en su cocina.

Primeramente, este había ingresado por la puerta principal con una llave que tiempo antes, a esa mujer se le había extraviado en el parque nevado donde solía ir. "El hombre misterioso" entró con un sigilo monstruoso paso por paso, tan seguro y deslumbrante, como un hombre en una montaña que grita a todo pulmón, hasta concurrir finalmente, con una última salida de aire en su boca. Como si enterrara con aroma a victoria la filosa punta del pico de una bandera sobre una cima abismal.

Fue hasta la habitación del tercer piso, donde, por alguna razón, escogió una prenda interior que guardaba esa mujer en uno de sus cajones; quizá, el fetiche sexual iba de la mano con su fría y cruda maldad. Bajó hasta la cocina. Estaba a espaldas de la mujer, que seguía sin enterarse; tomó en sus manos la prenda interior, y con una rapidez controlable a su gusto, la puso delante del cuello de ella, y empezó a apretarla sin tanta fuerza, con la intención de robarle minutos de su conciencia. La mujer estaba inconsciente; su lucha por salvarse a sí misma se estaba terminando, al mismo tiempo, físicamente, sus piernas perdían sensibilidad, y la imagen a través de su mirada se convertía en luces nubladas, con pequeños y breves destellos que iban y venían.

"No de la mañana a la noche", en el sentido de la frase en el que suele oscurecer; solo bastaría catorce a dieciséis minutos para que las cosas se oscurecieran y para que el intento en vano de salir con vida al cruzar por el río de la muerte, se desvaneciera.

Él era un profesional contra una bella dama; digamos que, de no ser por la escrupulosa mirada que ese hombre sostenía sobre ella, solo en este caso, podría retirarse todo cargo de cobardía. Sin embargo, el feminicidio rara vez era lo suyo.

Esa mujer veía a los ojos de su victimario, mientras pensaba que si lo hubiese visto por primera vez, quizá, en una estación de tren... En su primera impresión, no hubiese pensado lo sanguinario y oscuro que este podría llegar a ser.

En ese mismo momento, él tomó su puñal sofisticado, y lo levantó por cinco segundos mientras la mujer cerraba sus ojos fuertemente, con sus lágrimas queriendo deslizarse sobre sus fronteras; este hombre, hizo una maroma en el aire con su puñal, y finalmente, lo enterró en el vientre de la mujer, que por consiguiente, cerraba sus ojos con lentitud mientras aquél hombre esperaba cada segundo hasta verla morir en silencio.

Horas después...

Frank Fleury analizó la muerte de la mujer, su proceso como su causa o motivo. Un poco antes de encontrarla tras la búsqueda que se ocasionó tras una llamada telefónica, él supuso una muerte natural, y no un asesinato; al verla en su sillón de la cocina, vio que traía puesta una corona en su cabeza, que al quitarle con sumo cuidado, su vista quedó perpleja al mirar las marcas que le había dejado esa corona en la frente de ella. En su mente la imaginación del hierro humeante sobre esa hermosa piel color canela, le hacía odiar su trabajo por un tiempo.

Juegos Perversos ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora