Capítulo 42

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Coralie fue testigo de los cambios; víctima de los gritos y dolor; cómplice de un amor que no se podía terminar en los lamentos de retos.
La señora superación se lo advirtió. Coralie debía poner las cartas sobre la mesa para enfrentarse a una larga y feliz vida con Cristopher. Pero antes... Debía correr con grandes juicios donde lo único, verdadero y real, era la lucha y el saber estar a pesar de.

Cristopher, hacía dos semanas atrás, se estaba despertando, cómo un loco, a gritos, ansioso e hiperactivo. Y los últimos cinco días, algo en sus sueños, le robaba la respiración; como si algo le estuviese pidiendo, sólidamente, precaución de un acontecimiento futuro.
Las advertencias eran tan fuertes, que cada vez que transcurrían los días, llegaban las noches en las que Cristopher, tenía que lidiar con un momento de angustia al despertarse, con su respiración agitada y su corazón en mano, pidiendo auxilio.

Desde la primera pesadilla, después de despertarse, reflexionaba sobre el sueño diez a quince minutos, para después, salir corriendo hacía la puerta de la casa, y huir hacía la orilla de la playa, cómo alma que lleva el diablo.
No pasaba una noche en la que Coralie no cuidara a Cristopher, se preocupa, evidentemente, por él; pero también sentía miedo. Pensaba que la última noche, Cristopher se iba a levantar diferente, en lo total, y que iba a ceder paso a su locura inconsciente. Temía a que Cristopher, tras estar cegado por sus miedos, angustia y desesperación, tomara cualquier cosa a su alcance para atentar contra él mismo, o aún peor... Contra ella.
La penúltima noche, Cristopher daba muchas vueltas en su cama, y era evidente, porque el daño se hacía cada vez más sugestivo y carente de atención rápida antes de que pudiese causar daños externos.
Coralie limpió, con la sábana, el sudor de la frente de Cristopher, y lo miró mientras este se perdía en su sueño aterrador; lo miró como quién mira a una persona, cuando está enamorada, pero lo miró, sabiendo que este estaba sufriendo; lo miró con la mirada de una madre al ver su hijo en una cama de hospital. Y es que era tan grande la preocupación de Coralie, que el recelo hacia una posible enfermedad también crecía con desconfianza y miedo total.
Lo extraño de este caso, era que Cristopher olvidaba todo por completo por la mañana cuando salía el sol. Era él mismo, y no le daba mucha preocupación al sueño y/o pesadilla, como se la daba en la noche de tensión, angustia y demás emociones, que en ese momento, acababan con él por completo, ingiriéndolo como víctima y escupiéndolo como experimento desecho.

Esa mañana, salieron antes antes de la tarde. Caminaron, dándole vueltas a toda la ciudad. Algunas veces, pasaban por los mismos lugares, y notaban como iba atardeciendo.
Durante el resto de la mañana y la tarde, anduvieron cerca de allí; de vez en cuando, Coralie desaparecía entre la multitud, luego regresaba con una sonrisa y un saludo con la mano.  Cristopher, insistía en invitar a cenar a Coralie a uno de esos restaurantes lujosos, donde diferentes parejas hablaban por horas de temas similares a: reencuentros, divorcios, compras y demás cosas que sonaban tan estúpidas, quizá para un mesero, pero no, para ellos mismos.
Se encontraban en la puerta, y se toparon con un anciano ciego, que fumaba, mientras hablaba de física y lo difícil que había sido, para él, estudiar esa carrera para que, finalmente, terminara subestimado entre una casa extraña de puertas de acero y un restaurante lujoso; en pocas palabras, un callejón sin salida.

Cristopher asomó su rostro sobre la ventanilla de la puerta del restaurante y escuchó una conversación graciosa y  vergonzosa entre el mesero y su jefe. Un cliente se había desnudado en los baños para tener relaciones sexuales con su amante, sin embargo, ella lo dejó plantado y sin su apreciada y muy necesitada ropa. Cualquiera podría pensar que fue venganza; otros podrían pensar que aquella mujer quería crear una pequeña comedía, con la función de ambientar el lugar, que era como un recital de música fúnebre. Todos con sus caras alargadas; jóvenes, adultos... Que se discutía si las risas eran de vergüenza y disimulo, o si el llanto era del temor a conocer cosas nuevas.

Y entonces a Cristopher le entró la magnífica y curiosa sensación de... ¡No!, Definitivamente no, pensó antes de mirar a Coralie que dijo con una pequeña mueca; ¿Estás pensando lo mismo que yo?

Definitivamente, tenemos que largarnos de este modesto y superficial lugar.
Dijo Cristopher mientras se reía a carcajadas con Coralie.

Se detuvieron en un punto intermedio de la calle Eilen y el parque sin nombre, o al menos, se puede afirmar, que nunca tuvo un nombre en concreto.

Se sentaron en una silla, hecha de concreto gris mientras contemplaban el clima de la tarde y el espacio lleno de pasillos, flores y maleza.
Esos pasillos no habían vuelto a sentir los estruendosos sonidos del zapateo de niños jugando, no era como hace diez años; más bien, se había convertido en un lugar de paz, en el que los ancianos pasaban un largo tiempo admirando semejante tranquilidad. Las aves siempre llegaban en busca de un un hombre que las pudiese alimentar y luego se iban para regresar hasta el otro día.

Cristopher en medio del silencio indiscriminado, colocó su mano en la de Coralie.
Y se sentía como un niño junto a ella, que solo aprovechaba, esa tarde, para abandonar las preocupaciones que le traía la noche. O... no en todo caso.

— Este parque es precioso. Las aves, la paz, las flores, esa tranquilidad que nunca sentí, ahora la siento... —Expresó Coralie en voz baja mirando al horizonte— Pero... Quiero dejar de ver esa calle. ¿Porqué no nos hacemos del otro lado?

Cristopher se volteó de un salto y, de nuevo, tomó la mano de Coralie para que subiera la silla y pudiera voltearse.
— ¿Ocurre algo con ese lugar?— Preguntó Cristopher sin limitarse a ser cuidadoso.
— Es la calle Eilen. Ahí siempre asesinaba ese hombre de sombrero... Ese mismo que asesinó a mi padre— Coralie empuñó su mano sobre la silla— Lo odio, Cris... ¡Lo odio!.
— Lo siento, no debí preguntar—
Hizo un gesto de desilusión que Coralie, absolutamente, nunca había visto en Cristopher.
— Pues no te límites...— Terminó.

Esa misma noche, la que sería la noche intensa en la que ocurrirían todos los motivos para hacer un cambio drástico que, afectaría a Cristopher y a Coralie, en todos los aspectos posibles.

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