V E I N T I C U A T R O

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Muchas veces he leído en las fabulas la moraleja de "piensa bien lo que deseas porque se puede hacer realidad" pero hasta este momento soy consciente de lo que acabo de pedir. Al terminar de bajar las escaleras me coloco en una posición comprometedora. Estoy sentada en la barra desayunadora de la cocina con las piernas separadas alrededor del cuerpo de Abad, esto me pone los nervios de punta ¿qué se supone que deba hacer? Mi lado reptil del cerebro reacciona antes que mis apartados emocional y racional. Así que con la palma de mis manos empujo su pecho y doy un salto para bajarme de la alta plataforma, pero como decía mi abuela "toda obra buena o mala se regresa" y yo por mi parte me acabo de torcer el tobillo.

Lia presencia mi desagradable y tosca caída, todo ocurrió tan rápido: al tocar el piso pude sentir como mi pie derecho cae mal y puedo darme el lujo de describir mi dolor como un tirón que me entume y a la vez punza. De inmediato me tiro al suelo a llorar como la tonta e inmadura niña que soy, mi sirvienta rápidamente recurre a mí, con una servilleta de tela enjuga mis lágrimas con una mano mientras que con la otra comienza a brindarle un ligero masaje a mi tobillo.

Aun con mi vista llorosa puedo ver la expresión triste y preocupada de Lia, en seguida la causa de todas mis desgracias ―Abad― se hinca a un costado de mí y me examina con la mirada.

―No sé si reír o llorar ―comenta con su tan característica voz que demuestra que se está mofando en mis narices sin sentir la más mínima culpa en ello.

Los cuidados que me brinda Lia surten efectos relajantes y reconfortantes, lo suficientes para poder de nuevo respirar regularmente y lograr defenderme de Abad. Aun con el dolor a flor de piel en mi parte lastimada consigo sentarme y dejar de llorar.

―Cállate ―le digo y ahora mismo estoy más furiosa de lo que nunca pude haber estado en todos mis veinticinco años y contando, siento ese deseo inmenso de descargar mi enojo a gritos y también llorando, de dejar salir mi ira por cada poro de mi piel hasta saciarme y volver a tener mi paz interior.

―Definitivamente me reiría, aparte de ser un oso dormilón y malhumorado, también tienes dotes para la actuación ―abre sus ojos más de lo normal y alza sus cejas, demostrando lo impresionado que está, comienza a aplaudir como si en mi cara hubiera un payaso flotante ―aunque debo admitir que se te da terrible ―hace un puchero y finge llorar.

¿Ósea que cree que todo este dolor que comienza a paralizarme mi extremidad inferior derecha es puro teatro? ¿Es en serio? ¿Cree que en verdad hubiera llorado a tal punto de tirarme al piso sólo por montar una escena?

―No estoy actuando ―le miro desafiante, ya estoy lo suficientemente irascible como para contenerme y hacer una pausa para pensar si lo que estoy a punto de hacer es correcto o merece la pena el esfuerzo.

―Y ahora mismo lo estás haciendo al decirme "no estoy actuando" ―suelta otra sarta de carcajadas mientras que yo intento no reaccionar de forma violenta.

―Puedes ver mi tobillo y juzgarlo por ti mismo ―articule tratando mantener a flote la calma. ―Y ya te deje muy en claro que no necesito demostrarte lo que digo, es tu problema si me crees o no.

―Vaya que hoy andas afilada ―comenta, se pone de pie y me ofrece su mano para pararme ―levántate, pelos de elote.

Lo considero como opción, pero luego me llega a la mente ese recordatorio; desde que llegue a esta casa él ha sido la causa de todos mis males, desde el primer momento que hizo por compararme con una princesa de Disney, desde que me hizo sentir culpable por desperdiciar la comida, cuando me hizo sentir temor en la ducha, por aceptar sus estúpidos apodos sin rechistar, por jugar con él a una tonta apuesta.

Levanto mi mano y cuando estoy a punto de tomarla, le lanzo una risita triunfadora y alejo su ayuda con un golpe. Él tan sólo suelta un bufido y mientras trata de no maldecir, su expresión se torna roja y en mi interior estoy riendo por mi pequeño triunfo: hacerle enojar.

Lia me toma del brazo y me levanta, le agradezco por ello y al intentar poner mi peso en los dos pies el dolor vuelve.

―Vamos tres minutos tarde gracias a tus dramas de telenovela, te espero a fuera ya que no requieres mi ayuda ―su tono de voz detona que está verdaderamente molesto y su mirar se vuelve frío como un cubo cántico.

―Gracias ―respondo sarcástica. Camino en dirección a la salida no sin antes despedirme de Lia.

―¿A esto le llamas nave? ―estoy mirando la preciosa vista a la playa e inmediatamente puedo sentir como mi mal humor desciende, dejo de empuñar mis manos, e incluso podría considerar este día como uno prometedor.

Bajo las escalerillas con prudencia de no lastimarme más de lo que ya estoy, cuando la arena comienza a colarse por mis pies siento un ligero cosquilleo. No puedo evitar mirar con desaprobación "la nave" de Abad.

―No todos somos tan ricos como tú ―exclama y levanta las manos enfadado.

―¡Pero si te estoy diciendo nada! ―miro mis pertenencias dentro del pequeño bote de madera viejo.

―!No comiences a burlarte, siempre te haces la santa! ―reclama mientras desenreda la soga para conseguir liberar la pequeña lancha.

―¡Y tú siempre eres la victima ¿no?! ―comienzo a gritar y le reto con la mirada.

―¡Para de insinuar que soy el malo de la película! ―me mira desafiante y su expresión se torna roja ―Aquí la ruin eres tú, desde que llegue no has parado de darme a patadas con tus rechazos y dejarme inconsciente con tus insultos, lo único que he intentado en todo este tiempo es hacerte sonreír y hacerte sentir menos sola ―deja de gritarme, y esto paso de ser una pelea escandalosa a ser una charla pacífica. ―Cuando Mariel nos habló de ti, no pude evitar sentirme atraído ¿quién en su sano juicio rechazaría a una bella joven que ha pasado casi toda su vida encerrada del mundo atroz y corrompido? Eres como la rapunzel de mi cuento, la bella durmiente de mi vida y la Mérida valiente que siempre soñé tener. Estoy enamorado de ti, Julie.

Casate conmigo |PAUSADA|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora