Step#2

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Disclaimer: Ranma 1/2 y todos sus personajes son propiedad de Rumiko Takahashi. Esta obra fue creada sin fines de lucro.

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Akane observaba caer la lluvia desde el corredor, consintiendo su paladar con calientitos sorbos de té cada tanto. El día había refrescado, y el cielo no parecía querer dar tregua. Las nubes, de un gris profundo, gruñían a lo lejos como queriendo desahogar sus penas; el viento torturaba reacio a los imponentes árboles y la lluvia figuraba densa e implacable, cual temporada de monzón. Aquel clima los tomó desprevenidos, pues precisamente, la noche anterior, pronosticaron días soleados y calurosos para el fin de semana; dadas las condiciones, la tormenta "pintaba" para largo. La joven suspiró, particularmente ese tipo de atmósfera la ponía melancólica y emocional.

— ¡Ahhh! ¡Maldita sea!

La peliazul giró el rostro a su derecha, en dirección al desgarrador grito. En instantes, doblando la esquina de los muros, tuvo frente a ella a una jovencita pelirroja visiblemente cabreada.

— ¿Qué ha pasado? —preguntó consternada mientras Ranma se sentaba a su lado.

— ¡Feh! No hay agua caliente —declaró molesto. La pelirroja cruzó las piernas, se arqueó y colocó el codo derecho en su muslo, descansando la mejilla en la palma de su mano. Bufó hastiado.

A Ranma lo había alcanzado la lluvia mientras realizaba unos encargos para Kasumi. En cuanto llegó, corrió directo a la ducha para aliviar el frío.

—Lo siento, no te lo dije esta mañana. No creí que fuera necesario.

—Sí, sí... como sea.

—Kasumi dijo que hoy vendrían a arreglar las tuberías pero, con esta lluvia, creo que el asunto va a demorar.

—Oh, ¡¿tú crees?! —dijo con ironía.

Akane controló la repentina rabia que, con maestría, su prometido lograba encender en ella. Conocía perfectamente la frustración de Ranma por tener que soportar su maldición, más cuando aquella circunstancia lo pillaba desprevenido, pero eso no era excusa para que fuera grosero con ella; mucho menos cuando trataba de ser amable.

— ¿Quieres té?, te calentará —habló con educación pero sin evitar rechinar los dientes.

—No, gracias —rezongó.

—Al menos ponte algo más abrigador —sugirió crispada. Su prometido vestía una ligera camiseta blanca, sin mangas, y los holgados shorts de costumbre. La temperatura había descendido drásticamente, y sumado al repentino remojón, no era conveniente andar tan veraniego. El muy tonto pescaría un resfriado.

— ¡Cállate!, deja de molestar. —Refunfuñó sin mirarla. La chica observaba toscamente el cielo, como si con eso pudiera sosegar las inclemencias de la tormenta—. Fue lo único que dejé preparado en la bañera antes de salir por los víveres, y no me apetece subir las escaleras.

— ¡Bah! —exclamó mosqueada—. ¡Qué ingrato!, resfríate entonces. Ya no me preocuparé por ti. Si te enfermas, ¡yo no te cuidaré!

— ¡¿Quién querría a una marimacho violenta, como tú, para cuidarlo?! ¡Prefiero retorcerme en agonía!

— ¡Pues anda y muérete! —contestó irritada. ¿Por qué siempre era tan grosero? Ella sólo estaba preocupada por su salud. ¡Ah!, pero el muy imbécil, imperecederamente, tenía que agraviarla.

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