Capítulo 32: Ánimos.

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  Sus palabras me pusieron a pensar bastante. Es como si todo lo que decía tuviera sentido, aunque una molestia y resentimiento seguían arraigadas en mi como una fuerte raíz, que, raramente se iba soltando lentamente en mi interior. ¿Como había podido lograr eso en mí?

—La verdad, me ha dejado pensando, o sea, no sé si me explico, es algo extraño.

El señor sonrió.

—Palabras inspiradas por Dios, jovencita.

—Pues, hasta lo llegué a pensar, sabrá.

Sonrió mientras guardó sus manos en sus bolsillos delanteros por la fría brisa que azotaba el lugar de un momento a otro.

—Solo te diré algo—hizo una pausa— confía. ¡Confía en Él! Muchas cosas no serán como planeamos o como deseamos, pero si depositamos nuestra confianza en Dios, créeme, Él no fallará. Y de alguna manera u otra, el hará lo que tenga que hacer. De la manera que lo hará no nos incumbe, nuestro deber es confiar en el y saber que obrará a nuestro favor.

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Hablamos un buen rato y debo decir que, sus palabras resonaban en mi cabeza como un fuerte estruendo.

¡Estuvimos charlando, hasta bromeamos!

Ya era muy tarde, y pensé que los chicos ya estarían bastante preocupados. Así que debía marcharme...

—Bueno, creo que... debo ir ya marchándome, es bastante tarde—dije mientras me levantaba y me estiraba dándole un ultimo vistazo al paisaje— Gracias por esa charla... bastante intrigadora— dije mientras me volteaba con la mano estrechada para despedirme.

El señor ya no estaba ahí.

Espera... ¿qué?

Me quedé pasmada. Sin palabras, y muy desconcertada.

¡No pudo haberse ido corriendo! No creo que un casi-anciano pueda salir corriendo de un momento a otro. Y menos en un techo, ¡En un techo! Aunque supongo que vive en la última planta del edificio y por eso se le hizo fácil subir. ¡Pero, a eso ni al caso! ¡No pudo haberse ido así de fácil!

¿Que estaba pasando?

A metros de mí, seguían los chicos en su pequeña reunión junto a la fogata.

Me acerqué lo más rápido que pude a preguntar por aquel señor, del cual no sabían ni su nombre.

Genial.

—¡Pero si antes de que fuera a donde mí, estaba aqui!—dije un poco exaltada haciendo una pausa— con ustedes!

Ellos me miraron mientras seguían calentando sus malva viscos en el fuego, con cara de "¿que mosquito te picó?"

Esto era tan extraño.

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¡¿Evaluna, donde has estado!? ¡Te hemos buscado por todas partes!—dijo Elissa casi en un grito mientras me agarraba por los hombros.

—Tranquila... solo necesitaba estar sola un tiempo.

—Y nosotros con el corazón fuera del pecho, ¿te parece bonito?— dijo Kevin de brazos cruzados mientras se acercaba a mí.

Se veía hasta lindo cuando se enojaba.

¡Ay Eva, deja de pensar en bobadas!

—¿Perdón, si? Ya, tranquilos... sigo viva.—bromeé mientras acomodaba parte de mi cabello tras las orejas.

—Graciosa.— dijeron al unísono.

Hubo un silencio.

—Bueno chicos, iré a dormir, estoy muy cansada...

—Bien.— dijo Elissa con una expresión seria en su semblante.

Kevin asintió.

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No podía dejar de dar vueltas en la cama. ¡Ese suceso me había dejado desconcertada! ¿Quizás me estaba volviendo loca? ¿O era cierto lo que había pasado? Era realmente extraño, pero las palabras de aquel hombre se quedaron grabadas en mí como un disco duro.

Quizás tenía razón, quizá debería empezar a confiar...

a confiar en Él.

Quizá debería dejar de quejarme y pensar tanto... quizá debería hacer algo al respecto.

Y creo que estaba empezando a decidirme de una vez.

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Me levanté más temprano de lo usual. Desayuné unas galletas que quedaban en la alacena junto a un buen vaso de agua, y me dirigí sola rumbo al hospital.

Fui a ver a Fer, ella estaba allí, igual que todo este mes, que había pasado en tan solo un parpadeo, pero a la vez tan lento como una tortuga.

—Fer, estoy aqui.— dije acariciando su cedoso cabello.

Escuchar sus latidos a cada segundo en la maquina me daban esperanzas, esperanzas de que aún todo no estaba perdido, quedaban esperanzas y estaba consiente de ello.

Lucharía por esto. Estaba decidida.
Aunque no entendiera nada, aunque no sabía ni como luchar de la forma correcta, estaba dispuesta a intentarlo. Aquel señor me había dado ánimos, ánimos incalculables.

Que la batalla comience.

Al final de rodillasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora