Café hirviendo

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El despertador no había sonado. Me levanté porque oí el de mi vecina de enfrente, que chillaba de tal manera que era imposible no escucharlo.

Y eso implicaba que estaba llegando tarde.

Maldición. Muy tarde.

Me levanté de un salto. No pensaba darme la ducha matutina sólo para perder tiempo.

Agradecí haber preparado la ropa que usaba en el trabajo la noche anterior.

Me vestí rápidamente. Cogí un par de aretes y mis pulseras de la suerte, los tacones y bajé corriendo del edificio.

Si usaba el coche iba a llegar antes, o no, dependiendo del tráfico. No podía arriesgarme.

Corrí a toda velocidad. No quería ver la hora.

Nunca me quedaba dormida, por lo general. Siempre me levantaba temprano y con calma, pero ese día ni siquiera había desayunado.

Corriendo, me até el delantal. Luego me puse las pulseras, até mi cabello sin peinarlo... No quería ponerme los tacones porque podrían quebrarse con la corrida, así que mis pies descalzos pisaban la acera húmeda por la llovizna que había comenzado sólo unos segundos después desde que salí del apartamento.

Además, no quería ponerme los aretes por temor a cortarme una oreja mientras lo hacía. Lo haría cuidadosamente cuando llegara al café. Eso si mi jefe no me enviaba al diablo al verme llegar una hora y media después del horario de ingreso.

Corrí con más entusiasmo y doblé una esquina. Estaba a media cuadra. Sabía que había tomado la decisión correcta al no conducir esa mañana, las calles estaban repletas y los bocinazos sonaban por todas partes.

El café estaba abierto ya. Maldición. Me costaría la mitad de mi salario o puede que incluso más...

Hice mi último esfuerzo y crucé la calle corriendo.

La vereda frente al café estaba empapada y resbalosa. Patiné y me deslicé hacia el interior, chocando con un chico que salía con un vaso de plástico de café y cayendo al suelo con él sobre mí.

El café que llevaba me bañó de la cabeza a la cintura, y también lo empapó a él. Me golpeé la cabeza con la acera y gemí de dolor, dejando caer mis tacones y los aretes.

-¡Lo siento!-Se disculpó.-¿Te encuentras bien?

El café quemaba. Me estaba quemando la piel, y además el golpe dolía.

-Yo lo siento... No te vi...-Traté de decir, pero me costaba enfocar la vista.

Oí la voz de mi jefe. Maldición.

-¡Watson! ¡Llega tard...! ¿Qué pasó aquí?

El chico me cargó en sus brazos y me levantó.

-Chocamos. Fue un accidente... Déjeme ayudarla.

No oí la respuesta. No sabía si llorar por la quemadura o gritar de dolor por el golpe.

-Mis aretes...-Murmuré.

Eran de mi abuela, lo único que conservaba de ella.

Oí más voces y quien me cargaba entró al café. El ruido de los murmullos me hizo doler la cabeza.

Ingresamos a la trastienda, al baño para los empleados.

El chico tomó mi delantal, lo desató, me quitó la camiseta y me puso otra. Creí ver que era de él. El ardor se calmó un poco pero el golpe en mi cabeza aún dolía.

-¿Dónde te golpeaste?-Preguntó acariciando mi nuca.

Hice una mueca de dolor bastante evidente.

El amor no existe [Grintson]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora