Capítulo Primero - Adieu

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Un joven rubio lloraba desconsoladamente a los pies de la cama en donde yacía el cuerpo de una mujer cubierta por una sábana de color gris, dentro de una oscura habitación. Un hombre alto y delgado con una expresión entre tristeza y seriedad apoyaba su mano en su hombro desde atrás, a modo de inútil consuelo mientras el sacerdote del pueblo se persignaba al terminar de decir sus oraciones.

- Ahora está con Dios. - Dijo el hombre vestido con la típica insignia de la Iglesia. - Si necesitan algo más que podamos hacer por ustedes para acallar su dolor, no duden en mandar a llamarme. -

- Le agradezco todo lo que ha hecho, Padre. Lo acompañaré a la salida. - Gabriel avanzó junto con el religioso para bajar las escaleras, dejando a su hijo con el cadáver de su madre en ese lúgubre cuarto.

- Por qué me dejaste tan pronto, mamá?? - Preguntaba entre sollozos y lágrimas que caían indiscriminadamente de sus ojos verdes, mojando la oscura madera desgastada del suelo. - Dijiste que... Querías verme formar una familia... Que me acompañarías siempre... Todavía hay un montón de cosas que necesito aprender de ti! - El cólera había terminado con la vida de su joven madre en un abrir y cerrar de ojos, dejándolo destrozado, sin ningún tipo de consuelo.

- Adrien... Es hora de que salgas de aquí. Ya no hay nada que se pueda hacer. Está muerta. - Su padre apareció en la puerta de la habitación, hablándole en una voz muy seria y gruesa. Pero el rubio no hizo caso, no quería despegarse de ella. El hombre avanzó hasta él y lo tomó del brazo con fuerza. - Vamos, muchacho. -

- Déjame! - Le contestó gritándole y safándose de su agarre con violencia. - Cómo puedes ser tan frío! Es tu esposa! -

- Era mi esposa, ahora es sólo un cuerpo. Y hago lo que puedo para sobrellevar éste dolor que siento en el alma que no tengo por qué compartir contigo. Además estoy seguro de que lo que ella menos hubiera querido en su vida es verte sufrir así. Sal de ésta habitación, AHORA. - Lo tomó del cuello de su camisa y lo empujó hacia afuera del cuarto, trancando la puerta una vez que estuvo fuera.

El rubio limpió sus lágrimas con el puño de su camisa y miró con odio la puerta de la habitación de sus padres. Sollozó un par de veces en silencio y bajó las escaleras hacia la planta baja de su casa, necesitaba tomar un poco de aire. Caminó un poco hasta llegar al aljibe que estaba a unos metros de su hogar, se sentó en el borde del mismo, con la mirada hacia la nada misma de esas praderas color verde coronadas a la distancia con esas construcciones de piedra en las que habitaba la realeza. Su madre siempre solía contarle historias de caballeros que rescataban princesas de los ataques de bandidos en el medio del bosque. Volvió a sollozar al recordar todos esos momentos junto a ella mientras se daba vuelta para dejar colgando sus piernas del lado de adentro del aljibe, en donde a pesar de la oscuridad, el agua permitía reflejar su imagen.

- Te tengo! - Un par de brazos lo tomaron por la cintura y lo arrojaron hacia atrás, sacándolo del pozo de agua. Ambos cayeron por el envión, golpeándose contra el suelo.

- Chloe! Qué haces? - Exclamó Adrien acariciando la parte trasera de su cabeza y mirándola mientras corroborara que la chica estuviera bien.

- Pensé que ibas a lanzarte dentro del aljibe... Y no puedo permitir eso... - Contestó sonriendo la jovencita rubia sentada sobre el césped.

- No... No iba a ir a ningún lado. - La tristeza se notaba en el tono de su voz, por lo que la chica se levantó y le extendió la mano para que él hiciera lo mismo.

- Adrien... Lo siento mucho, de verdad. - Lo abrazó apoyando su rostro contra su pecho. - Sé lo que se siente perder a tu mamá. - Él correspondió ese acto de cariño y reposó su mentón sobre su cabeza mientras la rodeaba con sus brazos.

Entre Amor y Espadas - Miraculous Ladybug AUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora