Capítulo Octavo - Récompense

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Entrada la noche, Adrien regresaba cabizbajo junto a Armand por un sendero oculto que llevaba a un pasillo detrás del Castillo. Se sentía terrible por lo que había hecho. Tenía puesta las ropas que le habían sido entregadas, incluyendo la máscara. Se había convertido en Chat Noir por primera vez.

- No puedo negar que tu agilidad es sorprendente... Lo que no me quita las ganas de matarte, rata inmunda. -

- Pues tendrás que quedarte con las ganas, viejo idiota. - Respondió el rubio ya cansado de la agresión permanente de su, ahora, compañero. - Puedes decirme qué es lo que llevo en mi bolso? -

- Nada que te incumba, es un pedido de mi Señor. Y no te creas que estaré siempre para cubrirte la espalda, ésto fue solo una prueba. Un trabajo demasiado fácil. - Exclamó burlón el Caballero mientras buscaba una roca en particular en el muro frente a ellos.

- Y si era demasiado fácil por qué no lo hiciste tú solo? Si no fuera por el golpe que le di al cochero, hubiera escapado y no podríamos haberle robado el paquete. Eres un poco inútil, Armand. - Sonrió diciendo lo último en voz baja.

El hombre lo miró amenazante desenvainando su espada hasta la mitad de la hoja. - No te mato solo porque el Rey te quiere con vida. - Un hueco se abrió en la pared después de que empujara una pequeña piedra hacia adentro, era un pasadillo secreto. - Ahora entra y cierra tu sucia boca. -

- Sucio está este traje, apesta como los mil demonios. Qué sucedió, lo llevaste puesto mucho tiempo, Armand? - Soltó una risa sobradora después de entrar por ese pasillo en donde una antorcha encendida colgaba de la pared.

El Caballero tomó la antorcha y cerró la roca detrás de él. Encendió otra que estaba al lado y la dejó colgada nuevamente en la pared, para llevársela y así iluminar el camino. - Eres escoria. - Comenzó a caminar a través del pasadillo. - Recuerda éste lugar, porque espero nunca más tener que salir contigo y ensuciar mis manos. Adrien se bajó la capucha que recubría su cabeza y se quitó la máscara una vez dentro del castillo. Observaba con atención las paredes a la vez que iban caminando, hasta que al final, divisó una puerta de hierro que Armand abrió y atravesó. Estaban, como por arte de magia, en los calabozos.

- Cómo rayos llegamos aquí? - Preguntó sorprendido.

- Rata ignorante. - El hombre bufó. - Aguarda aquí, verificaré que mi Señor esté despierto a ésta hora de la madrugada, para que no interrumpas su descanso. - No te muevas. Si llegas a escapar... Te juro que te mato. -

- No me iré a ningún lado, tranquilo. No soy tan idiota como tú. - Contestó el muchacho sin cruzar miradas con él, aprovechando para examinar ese lugar en el que había estado del otro lado de las celdas. Pasaron unos largos minutos y Armand no regresaba, por lo que aburrido caminó para espiar dentro de uno de los calabozos que apenas era iluminado por el fuego de una antorcha. Había un zaparrastroso hombre sentado contra la esquina, con su cabeza entre sus rodillas. Como no se movía, Adrien alzó los hombros y se giró para ver si el Rey o alguien aparecía para hablar con él.

- Así que tú eres el nuevo... - Una voz grave y pausada salió desde el calabozo. El rubio regresó hasta ahí y asomó su cabeza. - Eres muy joven... Con qué cuento te han engañado para que te encargues de toda la basura del Rey? -

- Aléjate de esa celda ahora, Félix. - Tom se apareció bajando las escaleras, cubierto en una bata marrón. El muchacho enseguida puso su espalda derecha y le hizo caso a su orden. - Y tú... Cállate y vuelve a la sombra a la que perteneces. A menos que quieras acortar aún más lo que te queda de camino a la guillotina. -

El maltrecho hombre chistó y volvió a su posición inicial, ocultándose en la oscuridad de su celda. Adrien no entendía nada, pero si algo era conciente gracias a su inteligencia, es que había cosas que era mejor no preguntar o saber.

Entre Amor y Espadas - Miraculous Ladybug AUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora