Mientras el señor Berty daba su tediosa lección de Literatura, yo no hacía más que mirar los goterones que caían del dintel de la ventana junto a la que me sentaba. Éstos eran tan densos y pesados, que hacían un ruido acuático y sordo al estrellarse contra el alféizar, claro que esto sólo era capaz de escucharlo yo.
La lluvia ni siquiera tocaba el cristal, tal era la fuerza con la que caía, y eso me desesperaba, porque, cuanto más la miraba, más me iba haciendo a la idea de que los planes para montar en moto con Jake iban a tener que ser pospuestos para otro día.
- Mierda – mascullé.
- ¿Decía algo, señorita Cullen? – preguntó de repente el señor Berty, haciendo que toda la clase se girara para mirarme.
Volví mi rostro hacia delante súbitamente, completamente ruborizada, ya que había estado tan inmersa en mis pensamientos, que no me había dado cuenta de que lo había dicho en voz alta.
- No, no, nada.
- ¿Le parece muy poética la lluvia?
Se escuchó un murmullo de risitas.
Genial.
- No – respondí.
Opté por no abrir más la boca, para no meter la pata, y ponerle cara de cordero degollado.
Pareció funcionar. El señor Berty suspiró, sacando el aire por la nariz, y volvió a levantar el libro para seguir leyendo ese soporífero poema.
Miré a mi lado. La silla contigua a la mía estaba vacía, como ya llevaba estándolo toda esta semana. Alcé la vista y mis ojos se toparon con los de Brenda, que este curso coincidía con nosotras en muchas clases. Sí, ella también estaba preocupada por Helen. Ni siquiera nos había llamado y no sabíamos absolutamente nada de ella.
El señor Berty dejó su lectura un segundo y me observó con ojos de advertencia, así que miré hacia delante otra vez para procurar prestar la mayor atención posible al dichoso poema.
Afortunadamente, la clase de Literatura terminó pronto. En cuanto el timbre sonó, la clase se llenó de voces y ruido de sillas arrastrándose. Me levanté de mi pupitre, después de recoger mis cosas, me puse la mochila al hombro e inicié la marcha al de Brenda.
No llegué. Enseguida fui interceptada por Matt Hoffman, el cual se plantó delante de mí tan de repente, que tuve que dar un saltito hacia atrás para no chocarme con él.
Matt era el típico guaperas del instituto. Bueno, guaperas para las demás, porque yo, acostumbrada a vampiros perfectos y a mi espectacular novio, no lo veía guapo para nada. Su pelo rubio y ondulado era separado por una raya a un lado que dejaba caer un flequillo a modo de cortina sobre uno de sus ojos azules. Era bastante alto, pues jugaba en el equipo de baloncesto, del cual era el capitán, y tenía un séquito de seguidoras que no hacían más que suspirar por él y que lo perseguían a todas partes dispuestas a hacer lo que fuera. Se había ligado a la mitad de animadoras del equipo, dato que él mismo se había encargado de airear - y seguramente engordar - por todo el centro, ya que era un presumido y un vanidoso insoportable. Yo lo aborrecía. Desde que se había fijado en mí el primer día de clase en Literatura, que, gracias a Dios, era la única asignatura en la que coincidíamos, no dejaba de darme la brasa, y eso que Jake venía a traerme y a buscarme todos los días y ya lo tenía que haber visto por aquí de sobra. Una cosa sí tenía que concederle: era muy valiente. O tal vez muy ingenuo, porque si supiera que Jake podía aplastarle como a una simple hormiga, no se pondría tan gallito.
- ¿Cómo te va, Nessie? – saludó con sus aires presuntuosos, medio sentándose en el pupitre de Brenda.
Ésta le dedicó una mirada asesina desde su silla, pues seguía sentada, recogiendo todos sus bártulos.
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JACOB Y NESSIE NUEVA ERA I
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