- Ahí tienes tu comida – masculló Alina, tirándome la bandeja en el camastro de malos modos.
Siempre me había odiado, pero desde que le había arrancado la cabeza, me odiaba mucho más, claro.
La comida se desparramó por la bandeja y el agua se desbordó del vaso, empapando hasta el pan.
Se marchó, pegando un portazo, y cerró con llave.
Me levanté de la silla y saqué el trocito de espejo de debajo del colchón con rapidez.
No tardó nada en mostrarme la imagen que mi corazón deseaba ver con todas sus fuerzas. Jacob estaba en el bosque, en esa roca de siempre, sentado bajo aquel enorme abeto, con la cabeza apoyada en su ancho tronco, mirando al infinito con sus preciosos ojos, tristes y perdidos.
Mi corazón siempre sufría los mismos embustes cuando le veía de este modo, y en estos meses siempre había sido así.
Había pasado un mes y tres semanas desde que Helen y Teresa habían conseguido escapar, y me había aferrado a eso para sobrevivir a este infierno. Pero no había aparecido nadie por aquí, y ahora no me quedaba más que una semana, una sola semana, siete días para que el corazón se oscureciera del todo, para que Jake…
Cerré los ojos, apretando los párpados, y la mano que no sostenía el trozo de cristal se transformó en un puño rabioso. No, no podía ni pensarlo, hacía demasiado daño, era demasiado desgarrador.
No aguantaba más, solamente quedaba una semana para que se cumpliera ese año. Comencé a dar paseos por la pequeña habitación, histérica, parecía una leona enjaulada, hasta mi aro de cuero parecía nervioso, hoy estaba especialmente excitado. No podía seguir esperando por Helen y Teresa. Tenía que salir de aquí, como fuera. Tenía que curar ese corazón, llegar hasta Jacob y salvarle.
Y, además, le necesitaba conmigo, esto era insoportable, los pinchazos jamás se iban de mi estómago, necesitaba abrazarle, besarle, olerle, tocar su rostro, sus manos, decirle cuánto le amaba, que jamás le había dejado, que casarme con él era lo que más ansiaba del mundo. Le necesitaba, le necesitaba…
Observé esa ventana por enésima vez. ¿Qué pasaría si me tiraba desde allí? Últimamente no dejaba de hacerme esa pregunta. ¿Sería capaz de sobrevivir? Tal vez si aterrizaba en algún árbol… No, estaban demasiado lejos. Yo era un semivampiro, era más dura que una humana completa, puede que no me matase en el aterrizaje, sin embargo, lo más seguro es que me rompiera algo, y después a ver cómo escapaba.
No sabía qué hacer. Me senté en la silla, dejando el trozo de espejo en mi regazo, y doblé mi cuerpo hacia delante para que mis manos se metieran por mi pelo con desesperación.
Lo único que se me ocurría hacer era echar a correr y luchar con todo aquel que se me pusiera por delante, pero eso era una muerte segura, y tenía que llegar a Jacob, tenía que llegar a él.
La puerta se abrió de pronto a la vez que mi pulsera se ponía en alerta, eso hizo que yo hiciera lo mismo y me guardara el trozo de cristal dentro de la manga afrancesada de mi vestido, mi piel era fuerte, no me cortaría.
- Hora de ir al inodoro – me anunció Natasha, mirándome con ese desprecio que ponía siempre cuando se trataba de necesidades humanas.
No tenía ni pizca de ganas de ir, sin embargo, las dos visitas al inodoro eran las únicas veces que salía de mi celda, así que no la desaproveché. Ahora Razvan me tenía encerrada a todas horas.
Me levanté de la silla y comencé a seguirla. Bajamos las escaleras y pasamos por los pasillos lúgubres de siempre, hasta que por fin llegamos a ese cuarto pequeño donde estaba el viejo y oxidado inodoro. Entré y cerré la puerta.
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JACOB Y NESSIE NUEVA ERA I
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