PLAZO: UNA SEMANA

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Sentí un gran alivio cuando el avión aterrizó en Vancouver. Bueno, alivio, ansiedad y nervios, muchos nervios. Después de coger varios aviones seguidos y con prisas, por fin llegábamos a nuestro destino.

Mi tía Alice me había conseguido ropa en Bulgaria, en una de las ciudades por las que pasamos a toda prisa para despistar, ya que la gente me miraba con extrañeza. Entramos las dos rapidísimo en una tienda, mientras el resto de mi familia se quedaba fuera para vigilar, y cogió lo primero que pilló, pues temíamos que los ayudantes de Razvan nos estuvieran pisando los talones. Me cambié de ropa allí mismo, en el probador, y Alice pagó la cuenta ante la atónita mirada de la dependienta, que vio cómo mi horripilante vestido era tirado a la basura por mí.

No sé ni qué ciudad era. Cogimos el primer avión que pudimos y a partir de ahí todo fue hacer escala de un sitio a otro, buscando vuelos disponibles, hasta que por fin llegamos a Vancouver.

Todavía no habíamos hablado de nada, no habíamos tenido tiempo, lo único que sabía es que Teresa y Helen estaban a salvo, en una suite que mi familia había alquilado en un hotel de lujo de la ciudad, con Louis, Monique y Ezequiel. Eleazar les llamó cuando corríamos por los pasillos de uno de los aeropuertos por los que pasamos, para decirles que todo había salido bien.

No solté aquella caja metálica en ningún momento. Mis dedos la aferraban como si fuera un tesoro. Para mí lo era.

El destino de nuestro viaje no fue elegido al azar; necesitábamos irnos a una ciudad transitada, llena de gente, lo más alejada posible y que nada tuviera que ver con ninguno de nosotros. Por eso mi familia planeó quedar en Vancouver con Louis y el resto. Todo lo habían planificado a la perfección.

Yo había insistido en ir directamente a La Push, necesitaba ver a Jacob ya, pero mi familia me persuadió diciéndome que primero tenían que contarme toda la situación, cosa que ya me alarmó bastante.

Cuando el avión aterrizó y el pasaje pudo bajarse del mismo, salimos a toda prisa y alquilamos varios taxis para dirigirnos al hotel. Del avión a la parada de taxis nos llevó muy poco tiempo, puesto que no llevábamos equipaje y ya fuimos directamente hacia allí.

El hotel quedaba en el centro de la ciudad, aunque el trayecto se me hizo más bien corto, estaba deseando ver a Teresa y a Helen.

Ni siquiera paramos en recepción, ya que la llave estaba en la habitación. Unos subieron por las escaleras y otros cogimos el ascensor para llegar a la última planta del edificio. Una vez que llegó, salimos con rapidez y caminamos por el pasillo para llegar a la puerta que estaba al final del mismo. Parecía una estrella de rock o un político, rodeada de tantos guardaespaldas. Papá picó con una compleja contraseña y Monique nos abrió.

Casi no me dio tiempo ni de pasar. En cuanto la puerta se cerró, la entrada de la suite se llenó de abrazos. Por fin mi familia y yo pudimos descargar toda la tensión y la emoción de nuestro reencuentro, y dimos rienda suelta a las muestras de cariño. También con Helen y Teresa, que se abalanzaron hacia mí para apretarme en un efusivo abrazo.

Teresa ya no llevaba esas dos trenzas enroscadas en la cabeza, sino que ahora su largo cabello se ataba con una cola baja, y tampoco llevaba ese horrible vestido de sirvienta anticuada, ahora vestía unos modernos pantalones vaqueros y una blusa blanca que le sentaba realmente bien y que le rejuvenecía, aunque ella no necesitaba eso, por supuesto. Casi me parecía raro verla así, tan moderna.

- Estaba muy preocupada por vosotras – les confesé a Helen y Teresa -. Llegué a creer que tal vez no hubieseis conseguido escapar.

- Nos costó lo nuestro, pero al final lo conseguimos – declaró Helen -. Llegamos a un aeropuerto y nos colamos en un avión, en el almacén del equipaje – miró a Teresa y se rió -. Si no llega a ser por ella, no lo hubiésemos conseguido.

JACOB Y NESSIE NUEVA ERA IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora