Capítulo 31

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Ha pasado casi una semana desde que hable con ella, soy un maldito cobarde. Ni siquiera pude mirarla directamente a los ojos mientras le hablaba, cada bajeza que le hice...

No puedo dejar de pensar en su reacción cuando le pregunté si aún me amaba, su nerviosismo, su urgencia por querer salir de ahí.

Encendí otro cigarrillo, desesperado por intentar calmarme.

Mi teléfono no ha dejado de sonar, no quiero responder.

No quiero regresar a la realidad y seguir con una vida en la que ella ya no está, sé que la he perdido, que jamás podre envolverla entre mis brazos de nuevo pero no puedo, no puedo imaginar mi vida sin ella, tal vez si insisto una vez más, tal vez se apiade de mí. Solo, tal vez...

Arrojé el cigarro recién encendido por el balcón y entré a la habitación, corrí a la cama y busqué entre en montón de ropa una camiseta, un jean desgastado y los primeros zapatos que aparecieron frente a mí para vestirme los más rápido que pude. Caminé por el pasillo y tomé mi billetera de paso, llamé a la recepción para que la camioneta estuviera lista en la entrada, abrí la puerta y entré al elevador con la firme intención de volver a hablar con ella.

Una vez en el camino, miré mi reloj, apenas las seis y treinta de la mañana.

— Carajo... — farfullé mientras seguía conduciendo, (el chofer no quiso volver a verme desde que fuimos a localizar a aquel tipo y ahora tengo que moverme por mi cuenta).

Estaba cansado, exhausto, mi capacidad mental estaba llegando a su límite. Había pasado otra maldita noche sin pegar un ojo, lo único que me mantiene consiente de la hora y el día en que vivo es un enorme reloj en el edificio convenientemente situado justo frente a mi suite.

A estas horas aún debe estar en su casa, se me revolvió el estómago de rabia tan solo de recordar a ese maldito tipo con el que ha compartido vivienda todo este tiempo...

¿De dónde carajo lo conoce? ¿Por qué vino precisamente a vivir con él?

Pise el acelerador hasta el fondo, ahora solo necesitaba recuperarla, rogarle de rodillas si era necesario.

Detuve la camioneta frente al edificio simplón de los departamentos donde vive, aun no comprendo cómo es que puede soportar estar aquí, este no es tipo de lugar al que ella está acostumbrada.

Bajé de la camioneta y me apresuré para entrar al edificio al ver que alguien estaba saliendo, para mi suerte el ascensor estaba averiado así que tuve que subir las escaleras. Solo era son cinco pisos, así que los subí dando grandes zancadas, saltando unos tres o cuatro escalones con cada una hasta llegar al último piso.

Abrí la puerta del quinto piso de un fuerte empujón y corrí por el pasillo hasta llegar a su puerta, luego di un par de golpes y espere. Tuve que apoyarme en el barandal para recuperar el aliento, habían pasado un par de minutos desde que toque así que volví a hacerlo, con más fuerza...

— ¡Samanta, abre la puerta por favor! — Grite mientras seguía golpeando con desespero la maldita puerta

Estaba perdiendo la paciencia, cada vez tocaba con más fuerza y cuando esta se abrió, me quede con ambas manos en el aire...

— Samanta no está aquí. Deja de golpear la puerta como un desquiciado. —

Era él, era ese tipo parado en el umbral de la puerta, con una taza de café en la mano y mirándome con indiferencia...

— Pudiste abrir la puerta desde un principio. Ahora déjame hablar con ella... —

Lo empujé por el hombro para que se hiciera a un lado y entre sin más.

Tal vez, seamos para siempre...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora