CAPÍTULO 7

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2015

Carlos no paraba de roncar al otro lado de la cama, se había quedado dormido en un momento después de haberse bebido el último cubata. Junto a Marta lo habíamos acostado y hacía un rato que yo había decidido que hasta esa hora llegaba el sábado. Me había despedido de ella y Marcos, cepillado los dientes y puesto el pijama antes de estirarme en el colchón junto a mi marido. Antes de cerrar los ojos por última vez, pensé en Áurea. Mi hija seguía en paradero desconocido desde hacía ya 5 años y no me quería hacer la idea de que hubiera fallecido allí donde llegase aquel jueves después de marchar hacia clase.

Sus amigos me solían ignorar cuando les preguntaba por ella, mi forma de ser no había sido la más agradable ni con mis hijas, por lo tanto, no habían hecho el esfuerzo de hablar bien de sus padres y que cada amigo se diera cuenta de cómo iban las cosas en nuestra casa. ¿Lo había hecho bien a lo largo de su infancia y sólo no era bien captada por sus mentes adolescentes? Sólo exigía en nivel que me pidieron en mi tiempo, mis padres en mi lugar. Por tercera vez esa semana, vino a mi el recuerdo de ese día. Un jueves de octubre, lejano en el 2010, frío y oscuro a las 7 de la mañana.

- Carlos, Áurea se ha dejado el ordenador en el escritorio, ¿no lo necesita? - me sorprendió verlo como si se hubiera ido con prisas. - ¿Habrá almorzado?

- Creo que sí, ya no está el último zumo que había. Es una buena técnica de saber si lo ha hecho, con Áurea los zumos de manzana vuelan. ¿Sigue David en casa? Porque son las ocho, debería estar ya en clase. - Se alejó del armario donde se había vestido frente al espejo interior y lo escuché hablar con David.

- Sí, verás, los jueves entro a las diez, debería pasar por casa, creo que me he dejado algo. - Estaba alterado, seguro que mi marido no lo había despertado con suavidad. Nunca lo hacía. - Veo que Áurea ya se ha ido, espero que la pueda ver esta tarde, me sabe mal como le grité anoche, y para cuando ha marchado sólo he escuchado la puerta y no se ha acercado a despedirse.

- Si tú lo dices, los jueves viene a comer a las tres, ven a las cuatro y habla con ella. - quería aconsejar como es una pelea verbal con Áurea, porque tenía por seguro que él nunca antes se había peleado con mi hija, pocos se quedaban a su lado cuando abría la boca con la verdad más sincera por delante.

- Por supuesto, bueno, hasta luego, que debo ir rápido a por el autobús.

- Adiós. - dijimos Carlos y yo al unísono.

Lo miré y me dije a mi misma que todo iría bien. Que era un día como otro pero Áurea todavía no había llegado. Aún con los ojos cerrados, pude imaginarme como si fuera ella quien estaba durmiendo a mi lado en ese instante. Su pelo rubio y medio ondulado le caía por encima de su fina cara. Su piel blanca podía confundirse con la sábana de no ser por su pijama negro como el respaldo de la cama. Era preciosa, siempre lo había sido. Me gustaría saber si hoy en día está igual de guapa, saber si aún está en este mundo.

La huida soñadaWhere stories live. Discover now