2. Solo puedo darte un vaso de agua.

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El sol ya se había escondido cuando salimos del mar, caminábamos al bar cuando Gael se detuvo y me miró.

Me gustó poder pasar la tarde contigo – dijo – sé que no te gusta pasar tanto tiempo en casa, así que ahora que estás en la costa, cuenta conmigo para lo que sea.

Muchas gracias, aunque creo que a tu mamá no le gustará que deje el bar tirado para salir a divertirme – dije sonriendo

No te preocupes Bee – me rodeó con su brazo y besó mi frente.

El bar estaba rodeado de gente sentada en la arena, esperando a que abrieran.

Mierda, Kiki me matará – dije apresurando el paso – me ayudas a abrir por favor y luego me encargo yo – grité hacia atrás donde había dejado a Gael.

Al llegar estaba Ro, su mellizo, de brazos cruzados en la tarde trasera del bar. Gael no lo tomó en cuenta, pero se había bastante molesto por la situación. Logramos desmontar algunas sillas y alcanzar el horario de apertura habitual.

No le hagas caso a Rodrigo, sabes el humor que tiene – me dijo Gael antes de marcharse.

A eso de las 2 am cuando aquel hombre de traje misterioso ya no tenía lugar en mi mente me sentía cansada, Kiki estaba en la oficina y Ro asegurándose que todo estuviese en su lugar; a lo lejos se escuchaba una gran fiesta, que no pensaba acabar aún. Comencé a guardar las sillas cuando Ro ya se había ido, estaba en eso cuando veo que una sombra moviéndose por la arena y acercándose al bar, rápidamente termino de guardar las sillas y estoy detrás de la barra en plan desafiante. Puedo notar que se trata de un hombre cuando empieza a aproximarse a la luz.

Dime por favor que aún puedo pedir un trago – puedo verlo al fin, es un hombre alto, esbelto y de aspecto trasnochado, llevaba una camisa blanca y short sofisticados.
Lástima que no fuese el hombre de aquella tarde – pensé.

Estamos cerrando- contesté al fin – pero puedo ofrecerle un vaso de agua.

Si eso me aleja un rato del alboroto que hay en aquel matrimonio – apunta hacia donde venia la música y se acerca a la barra. Tenía ojos preciosos, un turquesa claro, y cabello oscuro, al mirarlo detenidamente cuando le ofrecí el vaso con agua pude notar que era mayor de lo que aparentaba y tenía la cara enrojecida por el sol. Me sonrojé al pensar en lo sexy que eso lo hacía ver.

¿Necesitas ayuda? – me preguntó cuando comencé nerviosa a colocar cajas de cerveza bajo la barra – Puedo ayudarte, por la molestia.

¿Tan mal está la fiesta? – dije riendo nerviosa, que tonta, como puedo comportarme de esa forma, como una adolescente.

La verdad es que sí – dijo sonriendo – y nunca está de más una ayudita.

Se levantó de la silla y fue hacia mí, me quedé helada cuando con sus manos sobre las mías sostuvo el peso de una de las cajas, estábamos frente a frente, a centímetros cuando ya habíamos acomodado las cajas el siguió en lo suyo. Fue el trago de agua más largo del mundo, cuando salió del bar yo estaba dándole la espalda y se fue sin decir algo. Entré a la oficina de Kiki, estaba llamando un taxi para irse a casa.

Ya está todo listo- le comuniqué cuando ya había acabado.

Está bien mi niña, puedes irte si ya no hay nada que hacer – Kiki siempre ha sido muy amable conmigo.

Quería preguntarte si...- ya era la segunda noche que lo pedía – podría quedarme aquí esta noche, sabes que en mi casa...no me gusta estar ahí...

Tranquila, puedes quedarte mi niña, pero ya sabes que tienes que hacer algo con eso...-

Si...ya sé solucionarlo – dije mirando mis pies avergonzada.

No le diré nada a tu mamá – me aclaró – ahora, vamos a cerrar el frente.

Cerramos asegurando con los tableros, nos despedimos y ella se dirigió a la calle para coger su taxi. Me quedé en la oscuridad esperando ver el reflejo de la luna en el mar, que era lo más fascinante de quedarse en la noche. Estaba de pie observando cuando veo a alguien sentado en la arena a unos metros de mí, sigue allí.
Seguías aquí- comenté sentándome en la arena.

- Nunca había estado aquí antes, llegué esta mañana – dice fascinado metiendo sus pies descalzos en la arena. – esperaba verte, por eso me he quedado.

¿ a mí ? – le pregunto atónita, atrayendo mis rodillas al pecho.
Izan – dice extendiendo su mano lo más que puede hacia donde estaba.

Becca – respondo cogiéndole la mano.

¿Eres de aquí? -

No, pero paso las vacaciones cada año aquí –

Que suertuda – dice esbozando una sonrisa contagiosa y se acerca a mi lado.

Así que has venido solo al matrimonio – comento, nerviosa por el calor que emana su cuerpo. – y te lo estas perdiendo.

No te imaginas de lo bien que estoy aquí con tu compañía – sonríe amable - ese lugar está plagado de mujeres desesperadas, que te ven y creen que tú vas solo a un matrimonio por la misma razón que ellas.

¿Te refieres a que van por un marido? – digo divertida

Si – responde – siendo que yo voy por mis amigos y la barra libre – ríe y luego mira su reloj – apropósito, creo que debo irme o vendrán por mí.

Está bien - digo con un algo de decepción que espero no note.

Nos despedimos y ambos tomamos nuestros caminos, cuando estoy por entrar al local siento unos pasos.


¡Si les va gustando la historia háganme saber!

Ciegamente AhogadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora