Capítulo 1

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1958

Unas puertas gigantes de roble estaban frente al asustado Louis Tomlinson. Miró a su madre, que aunque ya no parecía la misma mujer de siempre; ya no parecía tan fuerte ni tan feliz, al tomar su mano y aferrarla, se sintió más valiente. 

Johannah bajó la vista y trató de sonreír.

—¿Listo? —preguntó suavemente y Louis asintió con la cabeza. Johannah tocó el timbre. Incluso desde afuera, se podía escuchar como el sonido llegaba a cada rincón del enorme castillo.

 Las puertas se abrieron a los pocos minutos sin dejar ver a nadie, hasta que al entrar vieron a una pequeña mujer, la ama de llaves, que se encontraba sonriendo desde atrás de la enorme puerta. 

—Bienvenidos —dijo cerrando —. En instantes bajará la señora Directora, pueden esperar allí  sentados —señaló unos sillones que se encontraban a la derecha, al lado de una ventana que dejaba ver casi todo del exterior.

—Muchas gracias —respondió con una sonrisa y se acomodaron en los sillones.

Louis se quedó con la mirada perdida en algún punto de la ventana.

—¿Es necesario, mami? 

—Lo siento tanto, Lou. No puedo llevarte conmigo al viaje. Pero cuando regrese, te prometo que estaremos juntos.

—Está bien, ma. Sé que el trabajo es importante para ti.

Johannah sonrió y desvió la mirada de la inocente carita de su hijo, no podía soportar esos ojos que muchas alegrías le habían traído.

  Escucharon el carraspeo de una garganta y ambos se levantaron rápidamente. Louis se escondió detrás de su madre. Ese sonido pertenecía a la Directora, y era aterradora. 

  Tenía muchas arrugas y el cabello amarrado fuertemente en una cola de caballo. Sus cejas, finitas, tenían forma de pirámide.

—Buenos días, Directora Farrel. Johannah Tomlinson, un gusto —dijo, estrechando las manos. Cuando la Directora sonrió, a Louis le recordó al payaso de la película de terror que le gustaba a su madre, y sintió como un escalofrío le recorría desde la nuca hasta la punta de los pies. Y quiso llorar, rogarle a su madre hasta que acepte llevarlo al viaje de trabajo. Si tenía que trabajar, no le importaba, prefería trabajar antes que quedarse allí.

La señora Farrel dirigió sus penetrantes ojos al pequeño (que comenzaba a sentirse más pequeño), y Johannah lo tiró del brazo para que se dejara ver.

Louis se sintió muy atemorizado y sus piernas comenzaron a temblar. 

Por favor, mami, no me dejes.

—Vas a tener muchos amigos aquí, no te preocupes —le dijo la Directora.

La Directora comenzó a guiarlos por todos los sectores del internado. Era enorme, y para qué mentir, le gustaba. Pero no dejaba de atemorizarlo. Cada sector parecía oscuro, y se notaba la escasez de alegría.

  Al subir una escalera, había un largo pasillo que conducía a diferentes cuartos. Al final de este pasillo, un niño de más o menos la edad de Louis, fregaba los pisos. La directora se paró en la cuarta puerta, pero Louis no prestaba atención a su nueva habitación que era el triple de grande que la de su casa, Louis no podía dejar de mirar a ese niño, que tenía la ropa vieja y sucia; ese niño parecía triste.

  Louis tiró del brazo de la madre para que observara, pero ella no le dio importancia y entró al cuarto.

—Los dejaré solos, yo me encontraré abajo para informarles a los demás niños sobre su nuevo amigo.

—Muchas gracias, directora.

[...]

Louis observaba al niño, desde la entrada de la cocina, como lavaba los platos. Le parecía extraño que no cenara con todos y que ni siquiera asista a las clases. El niño bailaba lentamente mientras lavaba y Louis no pudo evitar largar una pequeña risa.

El niño se dio vuelta rápidamente asustado.

—¿En qué puedo ayudarte? —preguntó con timidez.

—¿Por qué no cenas con nosotros? —Louis caminó lentamente hacia él.

—No puedes estar aquí, vete.

—¿Cómo te llamas?

—Vete, por favor.

Al ver que el niño parecía tener ganas de llorar, Louis decidió que lo mejor sería irse, y así fue, pero la curiosidad mató al gato, así que decidió esperarlo a la salida del comedor. Pasados cinco minutos, la Directora Farrel se posó junto a Louis, éste levanta la mirada, asustado.

—¿Qué haces por aquí?

—Me he perdido —dijo rápidamente —, no encuentro mi habitación.

La directora gruñó y lo llevó hasta el cuarto. Louis se sentía desilusionado, pero al cabo de media hora, sintió que alguien caminaba por el pasillo, así que sin hacer un mínimo ruido abrió la puerta y asomó la cabeza. Era el niño.

—Psss

El niño se volteó. Pero al verlo, apuró el paso.

—Ven —susurró lo más fuerte que podía.

Al ver que el niño no iba a ceder, se rindió y se metió al cuarto. 

No le importaba cuántos niños de su edad había porque no se podía jugar fuera del "horario de juego". No se podía comer fuera del horario de la comida. Todo estaba reglamentado. Todo estrictamente calculado.

Y a Louis no le gustaba seguir reglas, no le gustaba tener su vida planeada.

No podía sentirse como en su casa. 

Louis se acercó a la ventana y dejó caer sus lagrimas. Él ya extrañaba a su madre, su vieja casa, su vieja vida.

—Esto no me gusta, mami —murmuró.

Cerró sus ojos y visualizó la sonrisa de su hermosa madre. 

Gélidos || Larry StylinsonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora