VEINTIUNO

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El cuerpo poseído de Isaac se acercaba a mí tratando de rodearme con los brazos para atraparme.

Yo lo esquivé muy hábilmente y comencé a correr fuera de la habitación. Recordé que aún estaba en bata pero, en ese momento, no me importó, así que salí del hospital.

Al atravesar la puerta principal del edificio, el frío recorrió mi cuerpo. Corrí a lo largo de la calle con todas mis fuerzas, teniendo ganas de salvar mi vida.

VEN ACÁ, ANA.

Su voz seguía en mi cabeza y yo trataba de ignorarla pero no podía.

No tienes a donde ir. Ríndete de una vez.

— ¡DÉJAME!

De repente, una voz conocida.

— Ana...

Era Isaac.

Me paré en seco cuando lo escuché. Volteé y lo vi parado viéndome fijamente.

— Ven...

Tendió su mano hacía mi en señal de confianza.

Por alguna razón, mis pies comenzaron a moverse dirigiéndome hacía él.

Mi mente me decía que no lo hiciera pero seguía sin parar. Algo en él era como un imán.

Parece que me hipnotizó.

— Sabes que te amo, Ana. Jamás te haría daño — y me guiñó el ojo izquierdo.

Espera...

Jamás ha guiñado con el ojo izquierdo. Siempre ha sido con el derecho...

Finalmente, reaccioné.

Pero no me convenía huir ahora que lo tengo engañado.

Me acerqué cada vez más.

Después de unos pasos, ya estaba frente a él.

— ¿Confías en mi, cierto? — me dijo con tono delicado.

Lo miré a los ojos fingiendo haber caído en su juego.

— Sí... — le dije y vi que una sonrisa se dibuja en su rostro, una malvada — pero no así.

En ese momento, todo pasó muy rápido.

Sólo sentí mi puño sobre su rostro y sólo vi el cuerpo de Isaac tirado en el suelo.

No golpeo tan fuerte... ¿o si?

Cuando La Luz Se Vuelve OscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora