Capítulo 14

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Sam

Se veía todo tan tranquilo, como si no hubiese nadie en casa.

–¿Hola? –hablé, más no obtuve respuesta.

Solté un suspiro de alivio, no tendría que toparme con Matthew.

Deje mi bolso sobre la mesa de centro. Seguramente habían salido a comer y al percatarse de que no estaba con más razón salieron, así no gastaban en un platillo más.

Comencé a rebuscar en el refrigerador cualquier cosa que fuese comestible. Aunque fracase, no había nada, sólo bolsas vacías y empaques caducados. ¡Pero que sorpresa!

Cerré la puerta del refrigerador con fuerza, los cereales que estaban sobre el, se tambalearon pero ninguno término en el suelo.

–¿Sam? ¿Eres tú?

Mis piernas flaquearon al escuchar su voz, el miedo había vuelto.

Intente salir de la cocina por la puerta trasera pero sentí como me sujeto del brazo evitando que saliera.

–Acá estas –sonrió–. ¿Dónde estabas?

No respondí.

Él me miro aún más enfadado, como si le molestara el hecho de que no le tuviera la confianza suficiente.

–¡Dímelo ahora! –exigió, pero al ver que no obtuvo respuesta me tomo con fuerza del cabello obligándome a mirarlo–. Estabas con ese chico, ¿verdad? Maldita zorra.

Me soltó de un empujón, la fuerza fue tan brusca que termine en el suelo de pompas. Sus ojos seguían puestos sobre mi, examinándome.

Como pude me levanté del suelo y corrí hacia mi habitación. Escuche como me llama, pero no pensaba volver, sabía que no había forma de que entrara a mi habitación.

Comenzó a golpear la puerta con fuerza, pero le resté importancia. No era como que fuese a derribarla.

–¡Vete! –chillé.

El seguía insistiendo con que le abriera la puerta. Sólo me recosté en la cama y cerré los ojos, esperando que todo pasara y que mis padres volvieran rápido.

[...]

Sostuve los libros contra mi pecho, mientras caminaba por el alargado pasillo del instituto.

Hoy tendría que entregar el trabajo de filosofía, el cual no hice. Lo había olvidado por completo y ahora seguramente me lleve una mala nota.

–¿Estas bien? –me di media vuelta encontrándome con Julieta, una compañera de clase.

–Uhm... Si, ¿porqué la pregunta? –reí nerviosa.

–Te veo algo extraña –tomo asiento a mi lado y sacó sus libros–. No siempre estas así.

–¿Así cómo?

–Pues triste –suspiró–. Cansada de la vida, quizá.

–Algo así –admití–. Pero no te preocupes, se manejarlo.

–Si tu lo dices –presto atención a sus materiales, dejando de lado el tema.

La clase tardo un poco en empezar y sólo podía escuchar los murmullos de los alumnos, los cuales ignoraban por completo la presencia del maestro, creo y ni cuenta se habían dando de que la clase ya había comenzado.

Mire mi celular por un momento, en total estado de confusión. No quería ir a casa, y la única solución era volver a visitar a Joel en la clínica. No sabía si llamar a Charlie, o simplemente llegar como sorpresa, inclusive si estaba haciendo lo correcto.

Al final me decidí y le mande un mensaje, rogando que accediera y me dejara ir a visitarlo.

Lo demás pasó lento, la hora de descanso había llegado. Me encontraba guardando mis útiles, quería ser la primera en salir, como siempre.

Julieta seguía mis pasos, lo que me pareció totalmente extraño. Solía comer sola, y la verdad no me importaba mucho. Ser una persona solitaria, a veces traía sus beneficios.

–¿Me puedo sentar acá? –pidió.

La observe por un segundo, intentando descifrar cuales eran sus intenciones. Pero al ver que no tramaba nada malo, termine por aceptar que se sentara.

–¿Porqué haces eso? –pregunte mirándola fijamente.

–¿El que?

–Seguirme –comencé–. Hablarme...

–No es buena la soledad –se encogió de hombros–. Necesitas tener amigos, y yo soy la primera ofrenda.

La mire incrédula, sin creerme lo que había dicho.

–¿Ofrenda? Estas loca –reí.

La chica era agradable. Pero sinceramente, no era del tipo de chicas que tenía en mente para ser llamadas 'amigas'.

Saqué una bolsa color café de mi mochila. Mi madre me había preparado un lonche, de nuevo. Tal vez suene estúpido, pues ya estaba grande como para que mi madre siga cocinándome, pero la verdad es que amaba sus lonches con toda mi vida, y no me daba pena admitirlo.

–¿No quieres algo de la tienda? Iré antes de que se llene la fila –se levanto del lugar y sacudió sus pantalones.

–No, gracias. Así estoy bien.

Ella se fue hacia la corta fila, siempre salían corriendo en dirección a la tienda y me sorprendió que hoy no lo hicieran.

Seguí en lo mío, comiendo mi lonche con tranquilidad. Escuchando el soplar del viento y como las hojas se movían.

Pero aquella tranquilidad no duro mucho.

–¿Qué te pasa? –me levanté de golpe.

Odiaba con toda mi alma que la cancha de fútbol estuviera tan cerca de las bancas. Ahí estaba el porque, parecía que era un imán de balones.

–Lo siento, Sam –respondió el chico de ojos claros–. No fue intencional, lo juro.

Elevo las manos en señal de paz.

Tome mi mochila y lo poco que quedo de mi lonche. Dejándolo con la palabra en la boca.

La fuerza con la cual había impactado el balón en dirección a mi cabeza, había dolido como el mismísimo infierno. El balón estaba durísimo.

Mi celular vibró y no tarde en sacarlo de mi bolsillo. La pantalla brillo y me pude percatar de que se trataba de un mensaje.

Chillé sintiéndome feliz, Charlie había aceptado.

No estaría en casa, me libraría de Matt, pero lo más importante, vería a Joel.

24 horas |Joel Pimentel #PromiseAwards17Donde viven las historias. Descúbrelo ahora