Capítulo 10

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La pelirroja tenía un conflicto interno con respecto a su guardarropa. Nunca había sufrido tanto al vestirse, pero aquel viernes le era imposible elegir el vestido perfecto. Se había cansado de los vestidos rosados y celestes, con estampados de flores que la hacían lucir como una niña (y sus facciones no ayudaban a evitarlo). Ansiaba crecer, quería ser tan bonita como las chicas de revistas, o de internet, aquellas de las que cualquier hombre se enamoraba. Agradecía en su interior tener a Camille en su vida, ella tendría el atuendo perfecto.

—Tengo un vestido negro, una falda de lentejuelas plateada, un pantalón azul oscuro. ¿Qué quieres usar? ¿Cómo quieres verte? —Preguntaba su amiga, del otro lado de la línea.

—No quiero verme tan pequeña, Cam.

—Es que eres pequeñita.

—Si, pero al menos quiero notar que acabo de cumplir años.

—Vale, quizás un vestido plateado y algún collar.

—Bien, ¿puedes venir y ayudarme?

—Ya voy, llevaré tacones también, por si te decides a usarlos.

—Gracias.

En poco tiempo, la castaña ya se encontraba en casa de Artemis, lista para cambiar su imagen.

Hizo un increíble trabajo con su rostro, pues lo maquillo lo suficiente para hacerle aparentar un par de años más a la chica. Sus cabellos rojos caían sobre sus hombros formando suaves bucles, y sus labios lucían más rosados de lo normal debido al lápiz labial. Se había decidido por el vestido corto en color plata que Camille le había prestado, junto a un par de zapatos altos negros, y zarcillos del mismo color.

En definitiva, no era la Artemis de siempre. Lucía madura, mayor, para nada como una niñita de dieciséis años. Elliot quedo boquiabierto al mirarla subir a su automóvil granate; había notado su esfuerzo por lucir mayor, por mantenerlo impactado, y vaya que lo había hecho. Sus ojos no se despegaban del rostro de su acompañante, recorriendo cada parte de su cuerpo, de una forma poco discreta. Estaba fascinado de la belleza de la chica.

—¿Porqué te arreglaste tanto? — Intentaba mantener la mirada fija en el camino, aunque en ocasiones la desviaba solo para observarla.

—No lo sé. Solo, quería hacerlo.

—Me pareces más linda sin maquillaje, Arte.

—¿En serio?

—Si, muy en serio. Lo tuyo en la naturalidad, con tus cabellos rojos revueltos. — La menor se dedicó a reír por lo bajo, en un intento de pasar desapercibido el tono carmesí de sus mejillas

El mayor la observó, e instantemente sonrió admirando la ternura que existía en Artemis. Su sonrisa parecía hacer desaparecer los demonios de Isssy, aunque siguieran allí, ya no los sentía tan cercanos.

La velada transcurrió tranquila, en la pequeña cabaña del padre de Elliot, en donde la familia Vitale solía pasar las vacaciones. El ambiente era cálido, hogareño. Y los paisajes parecían sacados de los libros de Artemis, repletos de árboles que se alzaban hasta donde la pequeña no podía alcanzar a ver, con preciosos jardines llenos de flores de todos los tipos, y colores; desprendían un aroma dulce y silvestre, similar al perfume que usaba la pelirroja. Aquello se sentía irreal, y le agradaba.

Era pasada la media noche cuando Artemis entro a casa, con la chaqueta color marrón de su acompañante aun sobre sus hombros, había olvidado devolvérsela, aunque en realidad quería conservarla para percibir su aroma característico. Creía que había sido lo suficientemente silenciosa, pues las luces permanecían apagadas mientras subía las escaleras, a excepción de la de la habitación de su hermano. Había estado al pendiente de Issy desde que se marchó, aunque ella no lo había notado hasta ese momento; cuando la miro con desprecio, el enojo era notorio en sus ojos y en la manera en que su mandíbula se tensó al observarla, cerró la puerta fuertemente, con un estruendo que hizo respingar a la muchacha. Ella aun no comprendía lo que pasaba en la mente de su hermano, no podía hacerlo, aunque le conociera de toda la vida; él era un misterio. Y a Artemis le encantaba intentar resolverlo.

SallowDonde viven las historias. Descúbrelo ahora