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La fragata seguía su viaje hacia Buenos Aires, pasando por algunos otros puertos costeros. Por aquellos días, Jan comenzó los preparativos necesarios para infiltrar a don Armando dentro la incipiente organización nazi que se situaba en la ya mencionada ciudad. A su suerte, no le constaba que existiera en la organización, aún, un escuadrón de seguridad como los antiguos escuadrones de defensa de Hitler, las SA. Nada que debiera ser tomado en serio. Pero en breve el nuevo Führer las organizaría, de eso no cabía dudas.

Pese a esto, Jan era precavido.

Era un hecho que contaban con algún tipo de guardia, que aunque rudimentaria, sea capaz de procurar una protección efectiva. No pasarían los nazis por alto tan importante cosa. Así pues, cimentó su estrategia teniendo especial cuidado en ese punto.

Lo demás para Jan era pan comido: había vivido toda la vida cerca de la simbología nazi y del idioma alemán. Si en algún momento debía usar alguna de sus estratagemas, entonces no tendría dificultad para pasar desapercibido entre los enemigos.

El verdadero problema era don Armando.

No conocía palabra alguna en alemán. Mucho menos la idiosincrasia germana. Pero si el plan se desarrollaba tal lo previsto, entonces no sería necesaria mucha instrucción. Jan tendría que enseñarle sólo un par de palabras y gestos... muy importantes estos últimos.

Del resto se encargaría él mismo.

―A ver, don Armando, venga ―le dijo Jan, desde el centro del camarote. Haga esto ―y levantó en alto la mano derecha.

Don Armando se acercó hasta el muchacho e intentó simular el movimiento.

―Un poco más arriba.

―¿Así?

―Mmm, el brazo estirado por completo.

―¿Así está bien?

―Sí. Ahora haga esto ―dijo Jan, y dobló la muñeca hacia atrás, pasándola encima del hombro.

Armando lo intentó varias veces. Jan negaba con la cabeza, como si fuera un crítico de arte. De repente hizo un gesto de aprobación.

―¡Perfecto! Estos son el Hitlergruß y el Führergruß.

Armando se le quedó mirando con ojos achinados.

―Quiero decir, señor, el saludo a Hitler y el saludo que él mismo hacía... el Führergruß lo hacía, por lo general, solo él ―refiriéndose a Hitler― porque no podía estirar el brazo, como se hace en el hitlergruß, puesto que tenía problemas de articulación. Supongo que el nuevo debe extender la mano, pero le enseñó las dos maneras, por las dudas. Puede que le haya quedado la costumbre.

―Ta bien ―soltó don Armando.

Luego empezaron la titánica tarea del idioma alemán...

No solo alemán, sino también el suyo propio, el español. Por nada en el mundo debían sospechar los guardias que se trataba del humano original, el gaucho de la Estepa Patagónica.

Si aparecía don Armando en el cuartel general diciendo cosas como ¡Ay juna! o ¡qué lo tiró! o ta bien, los guardias y cualquiera le escuchara se darían cuenta en seguida que algo andaba mal con el Führer y, considerando que habían perdido de vista al original, todo le encajaría en un instante.

Así que Jan se empeñó en hacerle decir correctamente todo ―en vez de toido―, o bueno ―en vez de güeno― o está bien ―en vez de ta bien―, por dar algunos ejemplos.

De lleno en el alemán, Don Armando ya había tenido algunas experiencias con idiomas extranjeros y antiguos. Recordó el Vade Retro Satana que solía recitar por las noches cuando era niño, la que le había enseñado la bruja buena. Al principio, había pensado él que sería una tarea sencilla, pero, ¡este idioma!, el que Jan intentaba con ahínco que domine de manera básica, le parecía lo más complicado de vocalizar que existía. Algunas frases le parecían, lisa y llanamente, un trabalenguas. Por fortuna para ambos, lo único que necesitaba saber el gaucho era un par de saludos y algunos que otros dichos.

Cosa'e Mandinga: Las aventuras del gaucho miedosoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora