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Despertó envuelto en una manta, acostado boca arriba en la cama del hotel, con una tibia sensación al costado izquierdo. Torció la cabeza para ver qué era aquello que emanaba esa calidez y se encontró con Betún hecho una bolita, pegando el lomo a su cuerpo. Al parecer, por cómo de plácido dormía el gato, hacía bastante que estaba tendido en esa cama. Estaban las luces prendidas, aunque el reloj marcaba las tres de la mañana. Se imaginó por un momento que era como un pelele que era llevado de un lado a otro sin su consentimiento.

Sentía ruidos en el baño, como si alguien estuviera dejando correr agua en el lavabo.

Intentó levantarse para cerciorarse, pero un tirón seguido de un profundo resquemor en el hombro se lo impidió. Se limitó a quedarse viendo de reojo el umbral del pasillo.

La luz del baño se apagó y después de un momento apareció, para su sorpresa y dicha, nuestro querido Jan.

―¡Pensé que se había muerto! ―casi gritó don Armando.

―Estuve cerca ―le dijo el muchacho, maltrecho―, pero no. No han tenido en cuenta que soy un soldado de las fuerzas especiales.

―¿Un agente secreto?

―¡Ja! ―rió Jan, le dio un tirón, se puso serio y se tocó el abdomen― No tanto... ¿Ya se ha olvidado usted también, don Armando? Soy parte de las fuerzas especiales del Ejército.

―¡Y güeno! ¿Qué son las juerzas especiales?

―¡Son otra cosa! No me voy a poner a explicar eso ahora...

Hubo entre ellos un silencio.

―Cuénteme ―soltó Armando―, ¿qué ha pasao?, sento como si hubiera entrao tarde a la fiesta. Lo único que sé es que estamos toidos magullao da aquí, da allá... numás Betún la sacó barata, parece.

―Beh... pasó que el plan no salió tal como lo teníamos previsto, don Armando. Sabrá su parte, supongo, ¿o ha perdido la memoria?

―Me di cuenta que no salió como queríamos. Y sobre mí memoria... estoy bien Jancito, numás que no entiendo por qué está usté tan lastimao.

―A usted lo noquearon en el foyer del teatro. Le informaron al Führer de su presencia en cuanto salió del baño y les ordenó a los guardias que lo llevaran hasta el cuartel general, que él quería encargarse de usted de manera personal.

―Ajám...

―Yo fui por detrás. Comencé a neutralizar guardias, empezando por los que estaban en la planta baja. Pero pronto se armó revuelo y me terminaron dando un tiro en el abdomen, con una Luger. Como cada vez, le informaron al Führer que me habían capturado también a mí y me dejaron bajo custodia en un pequeño baño, a la espera que el jefe se deshiciera de usted.

―A mí el podrido me había dicho que le había mandado a matar. Por suerte eran puras mentiras ―dijo Armando.

―Es probable que le haya dicho eso para desanimarlo. Eso sí, iba a matarme en cuanto acabara con usted. Al parecer, al nuevo Führer le gustaba, tomarse los asuntos por mano propia.

―Y por eso, entonce, nadie jue al ausilio del Führer... Estaban toidos ocupados con usté.

―Algo así. Sucedió que luego, me escapé por el tragaluz del baño. Usted no se imagina el dolor sordo que sentí en ese momento en el abdomen, todavía me lo imagino y me dan nauseas...

Armando se imaginaba, lo comparaba con el suyo del hombro.

―Pero si no hacía eso, ahora estaríamos muertos los dos. Volví a contraatacar desde afuera. Entré y logré reducir al custodio que vigilaba en vano mi puerta y al que estaba en la puerta del despacho del Führer. Me resultó bastante fácil, porque cuando ataqué al primero, el segundo fue a su auxilio, así, quedaron los dos neutralizados delante de la puerta del baño. Hicimos bien en atacarlos en sus inicios, pues fue notable la ausencia de una fuerza de seguridad competente. Creo que en otro momento, aquello hubiera sido imposible.

―Destas cosas han de ser cortadas en sus principios, rusito. Es la única que queda.

―Muy sabio, señor. Luego son imparables, como un virus.

―¿Y qué pasó después? ―preguntó Armando.

―Después fui a su auxilio y lo encontré tendido en el suelo, con el Führer tirado a su lado. Al primer vistazo me puse contento, porque el podrido estaba frito, pero me di cuenta que usted... si usted se hubiera visto a sí mismo en ese momento... estaba blanco como un fantasma, e inconsciente. Le hice los primeros auxilios y lo traje hasta aquí como pude.

―¿Los del hotel no le dijeron nada cuando pasó conmigo a cuestas por el salón?

―Les mentí. Les dije que era mi padre y...

A don Armando se le iluminaron los ojos.

―...y que se había pasado de copas en una fiesta a la que habíamos ido y que por eso estaba en ese estado. Pero la verdad es que me pasé un poquitito con la morfina...

De repente, Armando salió de su emoción y se le quedó mirando serio.

―¡Patrañas, don Armando! Usted también ¡se cree todo! ―le dijo Jan al ver la reacción de don Armando―. Estuvo inconsciente todo este tiempo por la hipotensión que tuvo a causa de la pérdida súbita de sangre en el «Cuartel General».

Armando se limitó a mirarlo con incredulidad.

―Por suerte ―continuó el joven― se está recuperado bien. Era importante parar la hemorragia y por fortuna lo he logrado. Va a estar muy bien en los próximos días. Ahora tiene que descansar y no hacer movimientos bruscos.

Nuestro gaucho se tocó la herida y notó los puntos de sutura. Era bueno disponer de un médico en circunstancias como estas, pensó.

―Quizá tenga que ponerse una gasa, hasta que cicatrice. Y tendrá que sacarse los puntos en unos... diez días, calculo. Vaya al médico, no lo haga usted mismo.

Armando sintió una sombra de amargura en la voz de Jan, y supo de inmediato el porqué. También él sintió esa profunda tristeza.

―Y güeno ―dijo Armando, resignándose al destino―, yo esperaba que juera usté el que me sacara los puntos, pero por lo visto, no va a poder ser...

―Por ahora es mejor que nos mantengamos alejados. Sólo por prudencia. No quisiera que me encuentren a mí y les deje, sin querer, el camino allanado hasta usted.

―Pero dispues de Prudencia... ¿me va a dir a visitar a los pagos?

Jan rió.

―¡Claro, don Armando! ¿Cómo se le ocurre que no, después de todo lo que hemos vivido juntos? En cuanto Prudencia me deje voy a ir a visitarlo, se lo prometo.

Don Armando esbozó una pequeña sonrisa y luego se quedó en silencio, pensando.

―¿Cree que sea seguro que me güelva pa' mis pagos?

―Yo creo que sí, señor. Desarmamos la organización desde su base. Además le envié personalmente una carta al coronel Fox para...

―¿Quién es ese?

―Es el nuevo jefe de la guardia militar de Bariloche... le envié una carta informándole lo que pasaba en la Isla Huemul y espero que se haga eco de mi esfuerzo. Creo que los nazis van a estar más ocupados borrando las pistas de sus actividades en la isla que buscándolo a usted, tarea que es, por otro lado, completamente en vano, considerando que ya se ha consumado el hecho de matar la última esperanza nazi.

―¿Y si va a alguno y se venga de la muerte del Führer?

―A eso le temo, pero... ¿tiene usted su escopeta siempre cargada, no es así?

―Así des.

―Entonces no se haga ningún drama ―dijo Jan―. Después de todo, con lo que ha vivido, creo que eso es algo con lo que podrá lidiar lo más bien.

―¿Sabe, rusito? Lo voy a estrañar un montón. Más vale que me vaya a visitar, sino lo voy a ir a buscar enojao a Bariloche...

―Y eso no me conviene... Así que iré a visitarlo antes de que eso pase ―dijo Jan, riendo―, pero por ahora debemos dejar pasar el tiempo.

Cosa'e Mandinga: Las aventuras del gaucho miedosoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora