II. De compras con Alan 🛍️

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¿Ahora que vamos a hacer?

Alan apartó la mirada de los gorriones que picoteaban miguitas en el suelo y miró a su amigo; él era igual que ellos: pequeño, adorable y siempre anhelante de que él le diera cualquier migaja de lo suyo por más mísera que fuera.

Sube al lambo: no debemos entretenemos más, sino ir a Montbeliard incontinenti.

¿A la capital estatal? La última vez que fui allá me perdí...

Bueno, Pabb, ya eres mayorcito para no perderte. Y estás conmigo.

¿Qué haremos?

Iremos de compras.

¿Para qué?

Alan, mientras paraba frente al semáforo, bajó sus gafas de sol y miró al muchacho con cara de exigir su silencio. Al fin lo señaló, incrédulo.

¿Realmente es eso lo que piensas ponerte en tu fiesta?

Sí.

Euh, qué ingenuo... NO mientras yo viva.

No tenemos por qué ir allá: en el bazar todo a 100 tienen un montón de rop...

Te lo ruego: cállate.

Como quieras.

Bien dicho —sonrió levemente.

En seguida salieron del pueblo y cruzaron valles, bosques y montes hasta llegar a Montbeliard, la única ciudad del estado de Bleumont y el lugar más cercano donde encontrar tiendas de marca. Alan aparcó frente a los grandes almacenes Rosendaël, y ambos pasaron horas bajo la abovedada cubierta de cristal de las galerías comerciales, deambulando de una tienda a otra. Visitaron Lecosta, Timmy Hillfinger, Di Or, Valenziaga, Armina, Luis Beautton, Berzace, Relox, Saint Lourenz...

¡¡Date prisa o jamás acabaremos!! ¡Eres peor que una tortuga! —le apremiaba Alan, elevando la voz lo justo para no gritar— ¿Te gusta?

No sé...

¿Y esto?

Eh... sí.

¿Y esotro? Nah, eso no: es muy antiestético. Pero... ¿Qué tal esto?

No...

Ignoro por qué razón te pregunto: no tienes ni idea. ¿¿Por qué no dejas ya de mirar los precios?? Se paga y ya: ¡no hay nada que ver en la etiqueta!

Alan recorría Rosendaël a toda prisa seguido por su amigo, a quien cargaba con todas las prendas que él iba cogiendo: a su parecer, las más estilosas.
Cuando Pablos comenzaba a dudar de si sus brazos serían capaces de aguantar mucho más Alan terminó su pesquisa y lo empujó hacia los probadores.
Pablos miró la ropa y comenzó a probársela, tratando de combinarla sin mucho éxito. Todo aquello era muy diferente a la ropa de marca blanca o del contenedor de la iglesia que él acostumbraba a llevar, si bien también era cierto que su estilo había cambiado en cierta medida desde que iba de compras a Europa con su mejor amigo y asumía su afición a la moda; sin embargo, las que tenía ante sí en aquel momento diferían de las usuales tanto por sus precios excesivos como por ser aún más acordes de lo normal a los gustos de Alan.
A Pablos le habría encantado vivir una desas escenas musicales tan divertidas que con frecuencia suelen aparecer en las películas; no obstante ni la música de aquellos grandes almacenes, ni las miradas despectivas que los dependientes le dirigían, ni la impaciencia de Alan ayudaban en absoluto.
A pesar de lo sobredicho, y teniendo en cuenta que él, a diferencia de Alan, no solía ir de compras cada semana (ni mucho menos), no se cae en ninguna falacia al decir que en verdad se estaba divirtiendo.
Alan finalmente terminó de descartar las prendas menos convincentes y se dirigió a la caja con la satisfacción de haber realizado una óptima obra. Ninguna de las palabras de Pablos bastó para disuadirle de cubrir todos los gastos mediante su tarjeta de crédito VIP.

Esto es lo que pasa cuando tienes un amigo rico.

Pero es todo carísimo...

No digas necedades: si el dinero fuera mío obviamente no malgastaría ni una centipeseta en tí —aclaró mientras extendía su reluciente tarjeta—, pero es del fideicomiso de mi madre, y a ella le gustaría que lo use para ayudar a los más desfavorecidos... Además, no sé si te estás dando cuenta, pero te estoy comprando.

Okey.

Excuse moi, monsieur... —dijo el dependiente a Alan, susurrándole algo más que Pablos no entendió.

¿Qué pasa?

No puede ser... Dice que mi tarjeta ha sido rechazada: ¡es imposible!

Has comprado muchas cosas... Tal vez...

No. Recién hemos empezado el mes: ya debería haber recibido mis millones mensuales. Y eso sin contar todos los beneficios adicionales de mis bodegas en Flandes ni el dinero de las acciones fiduciarias de la empresa de mi padre... —calculó— ¡Seguro que él anda detrás de esto! ... Como sea, págalo tú: apenas llega a 8.200 quetzales esterlinos.

Pablos se quedó paralizado: él nunca sería capaz de pagar nada de aquello. Aunque Alan tampoco estaba menos shockado: ¿era posible que su padre realmente hubiera cancelado sus tarjetas?
Pablos sólo tenía una opción, por vergonzosa que fuera: confesar que no podía comprar ni uno solo de todos aquellos artículos.

Y-yo... Yo no...

Tienes razón: no debimos venir aquí. Ha sido una tontería, dado que por más ropa cara que te compre tú nunca podrás tener clase.

Messieurs, si vous ne payez pas, j'appellerai la sécurité... —amenazó el dependiente señalando a los seguratas del local.

Est-ce que tu sais qui je suis? —se encaró— Alan FitzWittiza van Horvath de Schwődzstein, conde palatino de Châteaux Montmielans-de-Mounix e hijo del Sr. Horvath. Así que haz el favor de revisar la transacción.

El dependiente, sintiéndose intimidado por Alan y su poderosa familia de magnates, se mostró dócil e hizo cuanto el joven palsgrave le dijo. Afortunadamente, no hubo más incidencias: sólo se trataba de un error.

Alan... ¿Qué ha pasado?

Que aqueste estólido es un incompetente: parece ser que él mismo canceló el pago accidentalmente. Ya está todo comprado y en cuanto pueda haré que lo despidan y que nunca más vuelva a encontrar un empleo. Mientras tanto, tenemos una fiesta que preparar.

Así, como ya habían pasado por todas las tiendas de la galería, Alan optó por guardar ya toda la ropa en su auto.

¿Sabes qué hora es? —preguntó.

Las 5.

Sí: son las 5 porque tú eres incapaz de apurarte y estás descuadrando cuantos planes yo he concebido: ¿estás orgulloso? ¿tanto gustas de arruinarme la existencia?

Alan...

Cierra la boca y haz lo mismo con tus ojos. Te espera una sorpresa que jamás olvidarás.

Alan condujo a Pablos hacia un juego láser donde ya estaban todos sus amigos, que recién hacían salido del liceo. Él nunca había estado en un sitio parecido y se divirtió bastante matando a sus compañeros.
Una vez terminaron se despidieron y Alan llevó a Pablos a una peluquería, lo cual su amigo consideraba excesivo. Tras hablar con el estilista solo le faltó esperar a que el cambio de Pablos se viera terminado.

Lo que ninguno sospechaba es que había alguien que los acechaba a escondidas...

Mi Tóxico Mejor Amigo el Playboy Hot ¿Enamorado de un Vampiro Gay? {Hipolento}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora