viii. De vuelta a la realidad

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Confundido sus orbes amatistas dieron una rápido escrutinio a la extensión de la habitación en la que se encontraba y finalmente giró su cabeza para encontrarse con las mismas manos adornadas en oro que sostenían su libro, su boca se abrió ligeramente, pero su mandíbula cayo al levantar la vista y encontrarse con aquel que había visto solo en pinturas.

—¿Te encuentras bien? —la voz de Yūgi se desvaneció—; Espera le avisare a mi hermano.

Y tan pronto como vino, se fue de la habitación corriendo, soltó el aire del que apenas se percataba que estaba sosteniendo, rió nervioso, ¿enserio era real?

Pronto dos siluetas entraron, dos tricolores tan parecidos, Atem Halakti y Yami Sennen, eso lo apostaría.

Uno de piel lechosa y escarlatas ardientes y el otro de piel caramelo y destellantes amatistas, se creía soñar, hasta que cuestiono.

—¿Dónde... estoy?

—Egipto, ¿algún problema? —cuestiono con sorna el de orbes rubí.

—No... Solo... No es mi tiempo.

Atem sonrió reconfortante.

—Estamos al tanto.

Los ojos del tricolor se abrieron impresionados de par en par, todo era tan extraño, ¿cómo era que ellos lo sabían?

—Yo...

Yūgi se vio interrumpido por los atisbos de fuego en el mirar de Yami.

—Creo que deberíamos ser nosotros quienes te explicarán.

Atem se encogió de hombros y palmeo con tranquilidad la espalda de Yūgi.

—El problema es que no sabemos muy bien siquiera que sucedió.

El de tez pálida bufo hastiado.

—Solo cuentanos de ti, tal vez, todo sea más claro.

Yūgi suspiró tratando de enterrar su innegable ataque de nervios, pero se dedicó a soltar su lengua dando cabida libre a aquello que tanto deseo.

—Pedí un deseo —susurro bajito.

—¿Y eso nos dejará en un mejor lugar...? —cuestiono confundido Yami—; Eh, Atem, no creo que sea buena idea... —comenzó a dialogar, pero Atem le calló casi de inmediato.

—Solo escucha lo que tiene que decir —recriminó—; ¿Qué deseaste?

Las mejillas de Yūgi se mancharon con las incesantes arreboleras de carmín que corrían por sus mejillas que ardían como metal caliente, «estar con ustedes, ¿era mucho pedir

—Yo... —Yūgi quedo en silencio, hasta que pensó en una respuesta—; Quería una vida justa, un lugar... Donde ser querido.

Ambos muchachos lo miraron sorprendido, será acaso... ¿qué el libro cumplió su deseo? ¿era posible o había algún otro factor?

Necesitaban una respuesta, los tres.

La muerte y el juicioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora