xvii. Falsas alarmas

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Cuan insomne la vida que escapaba a raudales por las lágrimas que corrían cual sangre por sus mejillas que los gritos que desgarraban su garganta se detuvieran. Tenía pesadillas, Yūgi tenía pesadillas desde que ambos faraones se separaron de su lado para atender al llamado de una región vecina, que la inmarcesible sensación de desasosiego continuaba ahí, más fuerte y cruda que la emoción de ver el mismísimo Apofis tal vez, a estas alturas no lo sabía. Sólo... quería que le escuchasen.

No escucha. Es un estado de inconsciencia, admítelo, ¿crees que escuché?

La horrible sensación de vacío le mantenía inapetente, sus hormonas alteradas le hacían ver cosas que simplemente, no estaban.

Pero esa noche el par de hermanos regreso, sonriendo radiantes y con los dedos entrelazados.

—... Solo fueron falsas alarmas —susurró Yami.

Y esas palabras fueron la calma después de la tormenta, aquella que se había convertido en reconfortante calor que ahora lo envolvía y él sabía lo que era.

Se llamaba amor.

La muerte y el juicioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora