xxx. Epílogo. Bel di vedremo

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Un hermoso día veremos

***

La noticia llegó a oídos de ambos doctores.

Confusión fue lo primero que llegó a ellos.

¿Por qué se había ido? ¿dónde había quedado aquel hermoso muchacho sonriente? ¿habían sido tan ciegos?

Cuando limpiaron su habitación se encontró una pequeña libreta, pequeña e inofensiva. Dentro de sus páginas ambos estaban mencionados. Yūgi estaba enamorado.

«Un hermoso día veremos,
alzarse como un hilo de humo en los confines del mar.

Y entonces aparecerá la nave.
Luego esa nave blanca entrará en el puerto, atronando con su saludo
¿Lo ven? ¡Ya han llegado!
Yo no bajo a encontrarme con ellos. Yo no.

Me pongo allí en lo alto de la colina
y espero, y espero largo tiempo y no me pesa
la larga espera.

Y saliendo de entre la multitud, dos hombres, dos puntos pequeños subiendo por la colina

¿Quiénes serán? ¿Quiénes serán?
¿Cómo llegarán?
¿Qué dirán? ¿Qué dirán?

Llamarán a ‘Yūgi’ desde lejos.
Y yo sin dar respuesta,
estaré allí escondido, un poco en
broma,
y un poco para no morir al primer
encuentro,

y ellos, bastante preocupados,
llamarán, llamarán:

«Pequeño señorito, olor de verbena»

Todo esto pasará, os lo prometo.
Mantengan sus miedos.
Yo con segura fe los espero. Yūgi.

***

Dicen qué el peor tipo de ciego es aquel, que no quiere ver.

La muerte y el juicioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora