xvi. ¿Serían sinceros?

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Yūgi Mutō jamás se consideró un cobarde, siempre prefirió hacerle frente a sus problemas como todo un hombre, pero en estos momentos admitía que se estaba comportando como uno, tragó saliva, había estado viendo a ambos monarcas desde lejos, los había evitado.

Pero los toques discretos y miradas intentas lo estaban matando, la duda lo corroía, ¿acaso aquellos hermanos se habían lanzado precipitados sobre las sábanas incestuosas? Necesitaba una respuesta, aunque viendo las costumbres en el antiguo egipto Yūgi creía que no verían mal el incesto, al contrario, garantizaba un vástago puro, su duda era... ¿lo verían bien entre hombres? El chico de enormes ojos amatistas suspiró y poso sus manos sobre sus piernas de manera recatada, esperando a los monarcas en la sala principal, porque los había citado y era un tema serio.

—Yūgi, no sabes cuanto te extrañe rondando alrededor nuestro —Atem le confesó portando una hermosa sonrisa, ¿era posible perder el aire con una pequeña sonrisa? Quedo embelesado y pronto se encontró a sí mismo preguntándose cómo había resistido tal tentación, Yami entró a la habitación.

—Ho, Yūgi, ¿por qué desapareciste? —y aunque el tono fue altanero y burlón distinguió la auténtica preocupación y se dio cuenta del daño que causó.

Había herido a los hermanos.

Avergonzado Yūgi dejó que sus mejillas se tintaran con un profundo carmín que demostraba su culpabilidad, vio hacia sus pies y jugo nervioso con la punta de sus dedos.

—Yo... chicos... ¿acaso... —suspiro llenándose de valor—, acaso... hay algo entre ustedes?

Los hermanos se miraron, Atem rió nervioso aun en un estado oscilante de shock y Yami parpadeaba tratando de soltar más que balbuceos, su cara encendida. Pero el faraón de piel acaramelada y de ojos violetas habló primero después de su risa incómoda.

—¿Hemos sido tan obvios?

Hubo silencio, a Yūgi le costó procesar todo, ¿entonces si estaban juntos? Yami no dijo nada y Atem no mostró intención alguna de continuar.

—Justo como en mi sueño —susurró el menor captando la atención inmediata de ambos muchachos.

—¿Sueño? —cuestionó curioso Sennen.

Yūgi se sonrojó.

—S-sí... en el se besa-saban —suspiró tembloroso, omitiendo la parte en la que le incluían—, como una premonición —aclaro más seguro.

“Un augurio” le susurraron al unísono y desaparecieron sin explicación, Yūgi tenía tantas dudas.

La muerte y el juicioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora