xxix. La muerte y el juicio

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Recomiendo que escuchen Goldberg Variations mientras leen.

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·Tu madre Nut viene a ti en paz.
Ella ha generado la vida a partir de su propio cuerpo.

Isis viene a ti; la dama del horizonte
que se concibió a sí misma·
Cánticos dirigidos de Isis a Osiris—

***

«Yo soy lo que ha sido, lo que es y lo que será»

En el laberinto de las creencias egipcias, había visiones divergentes sobre los elementos que constituyen la personalidad humana. Una tríada era la unidad del ka¹. Otra agrupaba el khaybet².

Para Yūgi todo siempre fue tan emocionante, siempre siguiendo el ab³, su voluntad y deseos materializados, dentro de la relación que entre ellos mantenían. El sekhem, que contra todo pronóstico logró hacerle salir adelante.

«Saldremos adelante...»

Lamento lo de tus padres.

Yūgi ignoraba la verdad de la existencia de aquellos que amaba, no quería saber cómo o porqué, para él importaba el áureo presente que los embargaba en la caricia implícita de amantes.

Todos los reyes siempre fueron acompañados de la ilustración de su nacimiento que, les acompañaba a la tumba. Los faraones siempre fueron dibujados como un espejo, por un lado se encontraba un cuerpo físico, luego estaba su "doble" invisible. El ka empezaba al nacer y sucumbía al morir, sin embargo cuando Yūgi pudo vislumbrar la ilustración de sus amantes, no había sombra, sólo ellos en una misma pintura, que como espejo mostraba por un lado a Atem y por otro lado a Yami... ellos eran la presencia misma del ka que como una balanza no les dejaba existir sin el otro, un equilibrio universal.

Luz y oscuridad. Porque eran tan distintos, pero a la vez tan parecidos, y, todos parecían confundirles, la pregunta era, ¿cómo?

Eran Jireh, pero también eran Udyat, aunque para muchos fueran iguales, eran contrapartes de la balanza, eran caras distintas de la misma moneda. Porque muchos confundían el ojo de Horus con el ojo de Ra teniendo tantas desemejanzas.

Yūgi era su fiel espectador, y, también su amante fiel, compañero invencible aún en las aguas peligrosas del porvenir.

Vivieron una vida espectacular.

Me encantaría ver tus ojos, más allá de tus largas pestañas que hoy descansan serenas.

***

Yūgi parpadeó, la luz del día chocando contra su rostro como una llamarada solar que amenazaba con dejarle ciego, todo era blanco, no podía ver absolutamente nada, y, aún en su estado de inconsciencia momentánea se revolvió entre sábanas ásperas, no era la amplia cama enfundada en seda a la que estaba acostumbrado, tampoco había el calor reconfortante que se colaba por la ventana, y lo más importante... no estaban ellos.

Se acostumbró a la luz, su garganta estaba seca, pero con el batir incesante de sus pestañas llegó de vuelta su apacible vista, se encontró con un techo blanco, y, pulcro que sostenía una lámpara, sus sentidos volvieron en sí, trayendo consigo el olor estéril del desinfectante, la visión de un lugar en blanco, y, azul muy pálido, el tacto de tela áspera en un pequeño camastro individual. Músculos entumecidos, como si no se moviese en meses, su boca y garganta en la agonía de la sequía, quisó hablar, pero era como una lija, de sus labios no salió nada, un gritó silencioso en busca de explicaciones, sus pestañas se batieron una vez más, y, finalmente un quejido lastimero logró abandonar sus labios.

La muerte y el juicioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora